El debut en la dirección de largometrajes de Yann Demange, '71, es un poderosísimo thriller que hace de su ambientación en la Irlanda del Norte del año al que hace referencia el título su arma más poderosa. Es, en muchos sentidos, una experiencia extraordinaria, una de esas raras películas que encuentra el equilibrio casi perfecto entre la tensión más absoluta, las emociones contenidas bien planteadas desde el retrato inicial de su protagonista y un contexto histórico adecuado. Es, por ello, un pequeño gran logro que surge desde las tripas, porque es una película que no esconde nada y que, poco a poco, acaba convirtiéndose en un espléndido filme sobre el odio irracional, el que campa a sus anchas en conflictos como el que vivía entonces el país europeo y que durante tantas décadas tiñó de sangre sus calles. '71 es un filme violento, pero sobre todo realista y humano, es una lucha por la supervivencia, un cruce de traiciones y sinrazones perfectamente definidos y con un único problema, un final que no está a la altura y que habría sido espléndido de haberse quedado la película tres minutos antes de donde lo hace.
Quizá sea ahí, en ese final, además de en alguna que otra escena en la que pierde el control de la cámara, donde se pueda notar que esta es la primera película de Demange, aunque en realidad se trata de un defecto muy habitual en el cine actual, sea cual sea su procedencia, el de no saber poner el punto y final que cada cinta necesita. Demange lo había encontrado, con un formidable plano fijo y descorazonador, pero decide prolongar la historia un poco más hasta redondear una suerte de epílogo que, en realidad, no aporta nada. No aporta porque todo lo que tenía que decir la película estaba ya dicho. Y es mucho y de gran calado, porque engancha desde el fondo y desde la forma, desde el retrato individual del protagonista y desde el panorama general del conflicto que representa. Es difícil encontrar en sus primeros 90 minutos algún motivo que provoque insatisfacción, y sin embargo la salida del filme no es de las mejores por las que podría haber optado su director.
Aún así, hay un trabajo admirable en la película que merece toda suerte de elogios. Arranca con mucha pausa y de forma premeditada, porque quiere que la tensión, el odio y la violencia estallen de la misma forma en la pantalla que como lo hacían en las calles de Belfast que tan bien recrea. Ni siquiera en esa introducción se pierde una sensación opresiva que va aumentando poco a poco, con un sensacional uso de la música (David Holmes es su autor), una inquietante fotografía que aprovecha con mucho acierto las sombras y una recreación histórica que para sí quisieran las grandes superproducciones de Hollywood. Además, Jack O'Connell realiza un espléndido trabajo dando vida a un militar británico que se ve envuelto en una guerra de la que apenas sabe nada. Y es ahí, en la absoluta sinrazón, donde la película despega hasta niveles extraordinarios. No hay límites, ni siquiera la presencia de niños, y eso provoca un impacto enorme que, por sobrecogedor que parezca, añade una verosimilitud sensacional a la película.
Demange va construyendo la película con planos largos, siempre cámara en mano (que encuentra todo su sentido cuando busca en el espectador la misma desorientación que sufre su protagonista) y dejando un puñado de secuencias impresionantes, como la de los disturbios que desencadenan la trama, que hace que el odio creciente pueda sentirse incluso al otro lado de la pantalla, la forma en que finaliza la secuencia en el pub, demoledora y espectacular. '71 es una película espléndida porque actúa como thriller, como cine histórico, como muestra de un escenario socialmente desgarrador y menos lejano de lo que parece, una denuncia del odio imperante en la sociedad que no se pierde en los aspectos más maniqueos de cualquier debate político y que no se aleja de sus pretensiones originales, las de cerrar algo más de hora y media intensa y tensa, emocionante y perturbadora, en una historia en la que no se diferencian buenos y malos, sino que todos los personajes son actores y víctimas de un conflicto de absoluta irracionalidad. Brillante.
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