Cuando se apuesta por un tema complejo y se crea una película en torno a un intérprete, el riesgo calculado es que ese intérprete asuma todos los elogios de la película. Siempre Alice es Julianne Moore, porque la actriz, acostumbrada a mostrar en pantalla lo más imposible de la forma más sutil y hermosa, firma una interpretación magistral que está por encima de todo lo que pueda ofrecer la película. Es más que evidente que el Alzheimer es un tema complejo, delicado y normalmente evitado por el cine, por lo que cuando se trata de una forma tan central en un filme el más beneficiado por esa decisión es su protagonista. Moore aprovecha el caramelo y eclipsa todo lo demás. Siempre Alice es, en ese sentido, una de esas películas necesarias para que la realidad de estos enfermos y sus familias cobre una visibilidad que normalmente se les niega, no ya en el arte sin la sociedad actual. Ese mismo discurso, el de la película de puertas hacia fuera, forma parte de la propia historia del filme, y ese es un acierto ineludible, por mucho que quede algo oculto.
En realidad, la película se queda en esas dos consideraciones. Es necesaria, es sincera y es emocional, pero el filme que dirigen Richard Glatzer y Wash Westmoreland, se queda en un ambiente de telefilme, en un retrato de un espacio de la sociedad moderna poco transitado por el cine, con más ambición de darle presencia pública que de firmar una película diferente. Cumple con lo que propone, pero no hay que esperar mucho más. De hecho, Alice aparece en prácticamente todas las escenas de la película, apostando por el camino más sencillo dentro de este tipo de cine, el de dejar que sea el protagonista principal el que absorba todo el peso de la historia, haciendo que sus aciertos como intérprete parezcan los de la propia película. Eso quizá resta algo de efecto a algunos de los detalles que apenas se pueden ver insinuados en el filme (cómo afecta el Alzheimer a su relación de pareja, cómo lo encaran sus hijos o qué efectos tiene realmente en su vida social). Se menciona pero no se profundiza porque busca ser un retrato personal más que uno social.
Por eso, contar con Julianne Moore es, en ese sentido, el refuerzo más contundente que puede recibir Siempre Alice. Moore lleva ya tantos años elevando el nivel de casi cada película en la que participa que cualquier elogio que se le pueda dedicar está ya entre lo previsible y casi lo rutinario. La enorme cantidad de matices que hay en su interpretación en esta cinta merecen todos y cada de los parabienes que se puedan imaginar sobre ella. Sostiene la película en solitario y hace que todo lo que hay a su alrededor tenga una cohesión que seguramente no procede de la forma en que está finalizada la cinta. Y eso que hay nombres conocidos en el reparto, como Alec Baldwin, Kristen Stewart o Kate Bosworth, pero todo palidece al lado de una Moore soberbia. Como la interpretación de Moore no es egoísta ni exagerada, ni apuesta por los caminos más fáciles y previsibles, todo parece mejor de lo que es realmente, incluso sus compañeros de reparto.
A pesar de tener un pilar tan poderoso como su interpretación principal, a veces es difícil catalogar películas como Siempre Alice con una simple alusión a su calidad como película. Probablemente, con ese baremo, dentro de esas puntuaciones que todos solemos dar a cada filme, no merecería gran cosa que pasara del aprobado. Y no es que sea mala, pero tampoco es brutal. Es sincera, emociona cuando ha de hacerlo, pero al final sorprenden las ausencias, que el clímax emocional de la cinta (el discurso en el que Moore habla de la enfermedad, una escena sinceramente intensa dentro de su sencillez) esté tan lejos del final de la historia y que, en realidad, adolezca de un final. Da la impresión de que muchas cosas se quedan a mitad de camino, inexplicadas o inexploradas, pero no por Moore, que despliega tal cantidad de mecanismos que sólo queda rendirse a su trabajo como una pieza formidable de interpretación que se eleva muy por encima del resultado del continente en que se muestra. Eso suele ser una razón más que suficiente para ver una película, por mucho que el tema sea duro o que la apuesta cinematográfica sea algo más simple.
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