A estas alturas de la película, valga la expresión aquí más que en ningún otro sitio por la temática de este rincón, queda bastante claro que Jean-Marc Vallée es un espléndido director de actores, puesto que hace de ellos el centro emocional de sus películas. Lo demostró con Dallas Buyers Club con un inmenso Matthew McConaughey y lo vuelve a hacer en Alma salvaje con Reese Whiterspoon. Pero su nuevo filme también comparte otros elementos con su obra anterior, aciertos y errores. Aciertos porque se mueve muy bien a través de las elipsis y de los flashbacks, a pesar de algún que otro arranque autoral que no encaja con la misma facilidad, pero también lleva la película a un metraje excesivo que ronda las dos horas y que llega a rozar la repetición en más de un momento. Es lícito pensar que es lo mínimo que le puede pasar a un director cuando lleva a la pantalla la historia de una mujer que hace una senda a pie durante tres meses para olvidar los errores y problemas de su vida, y es obvio que muchas cosas se han quedado fuera, pero aún así pesa.
Lo hace a pesar de esos dos puntos fuertes que destacan con mucha facilidad. El primero, el esencial, es Reese Whiterspoon. Ella es la película, aparece en el 90 por ciento de los planos y recibe el peso de la trama con una fantástica naturalidad, su auténtica marca como intérprete, la que suele imprimir a sus personajes para mostrar una complejidad psicológica mucho mayor. Como el segundo punto fuerte de la película es su montaje y el gran uso narrativo del tiempo, el puzle interpretativo resulta aún más fascinante, porque Whiterspoon compone un personaje complejo a lo largo de un periodo de vida amplio y en el que se producen muchos acontecimientos. Unir la línea de puntos entre una escena y otra hace aún más brutal el trabajo de la actriz, pero también hace brillar el montaje de la película y el guión de Nick Hornby, porque no son flashbacks aleatorios o por cubrir el expediente, sino que tienen vínculos emocionales y argumentales evidentes con el presente que está en pantalla antes y después.
Los caminos más peligrosos que transita Alma salvaje están en la exagerada asociación de ideas que plantea Vallée, que no será seguramente del gusto de todos los espectadores. En ocasiones funciona francamente bien, pero como es prácticamente lo primero que propone (con una sucesión de imágenes casi subliminales que quieren repasar todo el contenido emocional de la película sin haber pasado antes por su narrativa) acaba poniendo en alerta antes de saber si la película esconde un disfrute mayor. Lo tiene a ratos, casi siempre en realidad, pero quizá el gran problema es que durante muchos momentos, casi todo de hecho, fascina mucho más la historia previa, el progresivo descenso a los infiernos de la protagonista, que la excusa real de la película, esa marcha a través del Pacific Crest Trail que emprenda esta mujer emocionalmente destruida por esas elecciones que había adoptado previamente en su vida y por los golpes que había recibido. Poco importa una mochila o una serpiente ante la profundidad que tiene la otra parte.
Y no es que montar Alma salvaje fuera una tarea fácil, tampoco se puede decir que Vallée falle estrepitosamente en algo. De hecho, es complicado seleccionar tantos momentos de esa marcha (y de esa vida) y dejar fuera otros. La película es mucho más compleja de lo que parece a simple vista, y la evidencia más palpable está en la voz en off que a veces acompaña a la protagonista: parece una herramienta tramposa, incluso lo es en algún momento, pero tiene una razón de ser. En todo caso, sí da la sensación de que se le va la duración, sobre todo porque ahí momentos en los que da la impresión de que no hay avance, ni físico para la protagonista ni emocional para su historia. Son momentos puntuales, no sensaciones continuas, por lo que el lastre a la película no es muy grande, pero están ahí. Alma salvaje es así una buena historia de redención humana y espiritual, un pelín pretenciosa en sus peores escenas y muy atractiva en gran parte.
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