Cada generación tendría que tener al menos una gran aventura marítima plasmada en el cine. Da igual el género, da igual el protagonista, da igual la época, mientras haya un barco, una tripulación y un objetivo. Vale desde el Moby Dick de John Huston al Master & Commander de Peter Weir, pasando por La tormenta perfecta de Wolfgang Petersen o incluso La aventura del Poseidón de Ronald Neame. En el corazón del mar entronca en esa tradición, pero lo hace desde una perspectiva curiosa para ser Ron Howard su director. Aunque Rush ya había apuntado unas inquietudes estilísticas singulares, en este filme se acrecientan, y no necesariamente de la mejor manera, algo que sí había conseguido con su recreación del mundo de la Fórmula 1. Es una aventura de diseño que funciona como el gran espectáculo que tiene que ser, el de la recreación de la historia que inspiró a Herman Melville (él mismo, un personaje más) para escribir Moby Dick, pero quedan algunas dudas.
Las principales estriban en que el filme se convierte en un batiburrillo curioso. Por un lado, el visual ya mencionado. Momentos absolutamente deslumbrantes se combinan con extraños ángulos de visión, que buscar modernizar en exceso lo que desde el principio se plantea como una aventura clásica. No es en absoluto descabellado decir que Howard se acerca más a la sensibilidad de Michael Bay (salvando las distancias con el sobrevaloradísimo director de Transformers) que a la del mismo Howard en sus películas más reconocibles, aunque Rush, hay que insistir en ello, ya era un primer paso hacia En el corazón del mar. Pero ese batiburrillo no se queda ahí, sino que se extiende también a lo argumental. A ratos, una historia de caza. A ratos, una de supervivencia. A ratos, una familiar. A ratos, un viaje iniciático de un joven muchacho. Y a ratos, la del antagonismo entre el capitán del barco y su primer oficial. Todo ello aparece y reaparece a conveniencia.
Todo ello da la sensación de que la película no termina de ser lo que le habría gustado o, visto desde un prisma más negativo, que no llega a saber qué quiere ser. Pero como hay tanto bueno a lo largo del camino, las dos horas de En el corazón del mar se convierte en un disfrute más que aprobable. Howard convence con el gran espectáculo, en el que se maneja muy bien, pero lo mejor de la película, ballena aparte, está en lo más modesto. El filme se narra como un gran flashback contado por una formidable conversación entre Melville y Thomas Nickerson, el último hombre vivo de la tripulación del Essex, un barco ballenero de Nantucket, ambos personajes interpretados por un genial Brendan Gleeson y un muy buen Ben Wishaw. Esa parte de la película se ve como si fuera una pequeña obra teatral que eleva la categoría del filme más allá del espectáculo palomitero, dicho eso como una valoración positiva, en que se convierte la aventura.
Centrándose ahí la parte más destacada del reparto, para el enfrentamiento con las ballenas queda un carisma más de aspecto que de interpretación, y no se puede negar que eso también lo consigue Howard del resto de sus actores, de unos tan limitados como Chris Hemsworth (que, con todo, es un tipo que queda sensacional en el plano casi siempre), de otros tan dotados como Cillian Murphy y de talentos todavía por consolidar como Tom Holland, con el paso atrás que supone la aparición en la película de Jordi Mollá, no demasiado necesario en la historia y no demasiado bien insertado. Con todos ellos, En el corazón del mar se convierte en un filme algo irregular pero muy entretenido. Sin necesidad de alcanzar la categoría de imprescindible, sin ser neeesariamente la mejor película marítima que tendrá esta generación y sin ser lo mejor de Howard, el entretenimiento está asegurado.
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