Desde ya más años de los que merece la pena recordar, cada película de Steven Spielberg es una masterclass es sí mismo. Puede ser mejor o peor, más o menos atrevido, más o menos entretenido, pero Spielberg deja siempre una marca indeleble en el espectador a través de cada uno de sus filmes. El puente de los espías no es ninguna excepción a esa norma que sigue colocando al cineasta entre los grandes. No es tan osado como el Spielberg de Munich, ni tan solemne como el de Lincoln, ni tan preciosista como el de Caballo de batalla, ni tampoco, por supuesto, tan profundo como el de La lista de Schindler o tan aventurero como el de cualquier entrega de Indiana Jones. Pero es Spielberg. Y su sello impone. La suya es una versión de la guerra fría tremendamente simplificada en algunos aspectos en la historia del abogado James Donovan, pero en todo caso, y con alguna que otra concesión ya habitual en el cine de este espléndido director, magnífica.
Por mucho que la temática sea un auténtico caramelo que encaja de forma natural entre su filmografía, no deja de ser una sorpresa que Spielberg esté detrás de una película cuyo guión acredita a los hermanos Coen, que corrigieron el libreto original de Matt Charman y a quienes parece fácil atribuir los medidos y muy acertados golpes de humor suave que hay en la historia. Y quizá haya que pensar también en ese aspecto para que el filme no sea tan crudo o tan dramático como podía anticiparse por la simple relación entre el cineasta y la época que retrata o por lo que mostraba su trailer. Es posible que por ese lado se le escape a Spielberg una oportunidad de haber redondeado un título memorable dentro de su filmografía, algo que no llega a ser, pero en cualquier caso es un filme de 140 minutos que se pasa volando, absorbidos por la fascinante historia de este abogado que acabó siendo mediador en un intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
La fuerza de la película, de hecho, la marca ese personaje protagonista, que Spielberg deja descansar en los hombros de un Tom Hanks formidable. Es ya la cuarta colaboración entre actor y director, después de Salvar al soldado Ryan, Atrápame si puedes y La terminal, y la simple comparación entre todas ellas sirve para valorar el espléndido trabajo de ambos a lo largo de esta colaboración. Hanks es un maestro que se adapta, como muestra este cuarteto de títulos, a personajes muy diferentes entre sí, y a eso se suman la habilidad que tiene Spielberg de hacer creíbles a actores mucho menos conocidos y la presencia igualmente magnética de un soberbio Mark Rylance, que interpreta al espía ruso al que el abogado neoyorquino tiene que defender. Puestos a poner alguna pega en este apartado, los personajes de Alan Alda, uno de los jefes de Donovan, y Amy Ryan, la esposa del protagonista, quedan algo desaprovechados, incluso formando parte de algunas de las mejores escenas de la cinta.
Lo cierto es que El puente de los espías destaca en los dos ámbitos que quiere tocar, por un lado las consecuencias de defender a un espía ruso, que centra la primera mitad del filme, y por otro la partida de ajedrez que es en realidad el trabajo de espionaje en el que se ve envuelto Donovan, y que es donde se ve al Spielberg más espectacular, el que es capaz de sumergir al espectador en cualquier mundo, sea este fantástico o del pasado. No obstante, destacando en ambos, es verdad que el conjunto se resiente mínimamente y no alcanza lo sobresaliente. Sobra también que la película quiera ser demasiado amable y, dicho esto con todo el cariño y ninguna animadversión, demasiado americana. Spielberg es, en cualquier caso, un cineasta brillante, que rueda con la misma habilidad una escena de acción que una basada en la puesta en escena tan memorable que hace con el puente que da título a la película, una gran muestra del cine clásico que sólo él parece ser capaz de hacer en nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario