A Oliver Hirschbiegel no le ha ido bien su aventura americana. Tras deslumbrar con El hundimiento, el realizador alemán hizo las maletas y se marchó a Hollywood. Su primer paso allí fue la casi desastrosa Invasión, que ni siquiera llegó a terminar. Después se ocupó de Diana, el fallido biopic sobre la Princesa de Gales que protagonizó Naomi Watts. Y ahora regresa a su país natal para encargarse de otra película que gira en torno al líder nazi, 13 minutos para matar a Hitler, un filme que entronca más con Valkiria, el filme que dirigió Bryan Singer sobre la más compleja operación para asesinar al führer, que con El hundamiento, aunque para Hirschbiegel sea casi un regreso a casa. Uno correcto, pero en realidad insuficiente, porque la película no termina de despegarse de una estructura que ya conocemos para sacar adelante una historia que no es en absoluto nueva.
Es desde ese punto de vista desde el que se puede considerar algo insuficiente lo que ofrece 13 minutos para matar a Hitler. La película funciona dentro de esa estructura de doble narración con la que se vive el presente de Georg Elser (Christian Friedel) una vez ha sido detenido por las fuerzas nazis y su pasado, el que razona su intento de acabar con la vida de Hitler. Al decir que es una película correcta, también se incide en ese aspecto, en que no hay riesgo, ni temático ni formal, el filme se desarrolla de la manera en que se puede prever desde el primer minuto y no hay ningún personaje que rompa ese aire previsible que se le presupone. Incluso da la impresión de que le falta algo de precisión narrativa, porque lo que acaba destacando tarda mucho en introducirse en la película, el mismo tiempo que, de hecho, tarda en arrancar la misma historia más allá de su prólogo.
No se puede decir que Hirschbiegel consiga que el filme sobrepase ese tono algo frío y academicista que le da desde la sobriedad de esa primera escena, y no parece aprovechar algunas de las ocasiones que le presenta la película, sobre todo la de la forma en la que los diferentes oficiales nazis reaccionan ante su cautiverio y sus interrogatorios (algo que queda en evidencia cuando la escena que hay tras la última elipsis temporal que tiene la película es, con diferencia, lo más interesante que
ofrece 13 minutos para matar a Hitler). Por esta parte, Burghart Klaubner, actor al que se ha visto en La cinta blanca, Goodbye Lenin! o El lector, añade enormes matices a la historia, con mucha más contundencia que la de nuevo correcta interpretación del protagonista, que encabeza un reparto que, otra vez, es correcto. Todo es correcto.
Y quizá ese sea el problema, que la historia que maneja es material mu adecuado para para encontrar rincones de empatía y sufrimiento y, por desgracia, el filme es demasiado descriptivo y muy poco emocional. Correcto, pero algo plano. De una pulcra y muy adecuada ambientación, pero por momentos cargado de momentos sin emoción e incluso algunos rozan la monotonía. No termina de producirse una conexión emocional clara y eficaz entre el hombre que tiene unos ideales y que, por el sufrimiento que provocan en su vida episodios que él vincula al régimen nazi, hasta el tipo que es capaz de idear un atentado contra Hitler, resistir interrogatorios y después, sin que se entienda muy bien por qué, dar de buen grado todas las explicaciones pertinentes. Hirschbiegel no supera del todo el bajón en su cine que le provocó cruzar el charco, por mucho que se mueva en un terreno tan conocido y que para él puede ser tan cómodo.
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