Con El cuento de la princesa Kaguya, Ghibli rinde homenaje al texto más antiguo de la literatura japonesa que ha llegado hasta nuestros días. Isao Takahata, director del filme, ejecuta un cuento mágico, que funciona mucho mejor en su primera mitad que en una segunda en la que el rumbo de la película no parece ser fácil de seguir, y que destaca sobre todo por un aspecto visual único y original, con una animación excelsa para mover figuras en las que se ve el trazo del lápiz sobre fondos inacabados de forma consciente y pensada. La simpatía inicial y la magia que tiene la historia crecen gracias a la técnica escogida para construir el filme, pero al final acaban pesando y mucho no sólo los 137 minutos que dura la cinta, muy excesivos y coronados por un extrañísimo y fantasioso final, que no termina de encajar en la propuesta, incluso aunque su origen sea evidentemente fantástico.
La princesa Kaguya del título brota de una planta de bambú con la forma de una pequeña princesa que de pronto se convierte en un bebé que crece a una velocidad anormal hasta llegar a ser una extraordinaria, bella e inteligente joven. Con esa premisa, casi resulta chocante que un final que se salte las fronteras de la realidad pueda estar fuera de lugar, pero no es por el qué sino por el cómic. El cuento de la princesa Kaguya hace una clara apuesta por lo terrenal, por las emociones, por los sentimientos, en especial los de su joven protagonista pero también los de un buen grupo de secundarios, empezando por sus padres adoptivos o los de algunos de los chicos que viven cerca de ella y la ven crecen, sobre todo Sutemaru, el mayor del grupo. El final se desborda precisamente cuando lo más cercano se ha apoderado ya del todo de la historia, cuando los mitos se desmontan y cuando la trama que cobra fuerza es la del matrimonio de la chica.
Antes de llegar a ese punto, la historia sí convence, divierte y conmueve. Y lo hace sobre todo por su aspecto. Takahata hace de Kaguya un personaje con el que se establece una conexión inmediata. Sucede dentro de la película, donde parece que todo aquel que se acerca a la princesa queda cautivado por ella de una u otro manera, y también fuera. Con el bebé es imposible no reírse, con la niña es casi obligado divertirse y con la joven es tremendamente fácil emocionarse, tanto cuando está aprendiendo a comportarse como una mujer adulta como cuando se rebela a su destino de casarse con algún pretendiente al que no conoce. El trazo, el color, el aspecto luminoso de cada plano es una auténtica delicia, e incluso desconectando de la historia la técnica es tan fascinante que la película se convierte en un espectáculo digno de admirar.
El cuento de la princesa Kaguya no desentona en absoluto de la tradición de Ghibli, y es bastante verosímil que los adoradores del estudio japonés disfruten enormemente con este filme. Para quien no lo sea, y no esté acostumbrado a la pausada narrativa japonesa, quizá el resultado final sea algo demasiado largo, poco usual en películas de animación occidentales. Es fácil pensar en escenas que podrían haberse quedado en la sala de montaje o en el mismo guión, porque parecen redundantes en algún caso o porque ralentizan el tiempo de la película, algo confuso aunque se apoye en la voz de un narrador. Con todo, una película bonita en casi todos sus aspectos y probablemente única hoy en día por su técnica de animación, sublime en momentos como la carrera de Kaguya, con el uso de los ropajes o incluso en su onírico desenlace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario