La marca del estudio Ghibli pesa mucho y normalmente provoca que sus películas reciban valoraciones entusiastas, en las que no se suele prestar atención a los defectos de sus títulos. El recuerdo de Marnie, que estuvo en el quinteto de filmes de animación nominados al Oscar en dicha categoría hace apenas unos días, encaja perfectamente en esa calificación. El segundo filme de Hiromasa Yonebayashi es una preciosista muestra de lo que es capaz de hacer el mítico estudio japonés, convincente en todas sus imágenes y en todos sus diseños. Pero, al mismo tiempo, es un filme que cae en dos problemas fundamentales. Por un lado, confunde la sensibilidad con la sensiblería. Por momentos se compra la propuesta con facilidad, en su conjunto es difícil hacerlo. Y por otro, es una película tramposa, que no sabe manejar sus mejores elementos.
El punto de partida del filme, basado en la novela de la británica Joan G. Robinson, es atractivo. Una joven de doce años, Anna, tímida, sin amigos y enferma de asma se marcha a pasar una temporada con sus tíos, lejos de la gran ciudad, para mejorar de sus problemas médicos. Allí conocerá a Marnie, una niña rubia, casi etérea, con la que entablará una intensa relación desde el principio. ¿Primer problema? Que no es nada difícil intuir cuál quiere ser el sorprendente final de la historia, y eso hace que Yonebayashi lleve a sus personajes siempre por un camino marcado y señalizado, rompiendo claramente las barreras de la realidad y dejando al espectador sin intriga y sin alternativas. A pesar de que el de Anna, esa chiquilla tan peculiar, es un personaje adorable, el mundo que se construye a su alrededor es bastante tramposo.
Esas trampas, que se pueden entrever en toda la película y dificultan la credibilidad de la historia en su conjunto, se acumulan de una forma impresionante en el tramo final de la película. Para llegar hasta allí, la apuesta es la de un ritmo lento, cansino y que bordea el aburrimiento con demasiada frecuencia. Como tampoco parece haber hilo claro entre las secuencias y el paso del tiempo no está bien plasmado en la historia, es bastante sencillo desconectar de la historia. Muchas escenas sueltas sí funciona (la del baile, la del silo), pero la falta de pericia del director a la hora de finalizarlas (el recurso del sueño se repite una y otra vez) deja un sabor de boca bastante agrio y minimiza el efecto de los aciertos, como sucede también con el final de la película. Tampoco ayuda que haya demasiado diálogo, demasiada explicación y muy poca fe en el espectador para que sea él quien saque conclusiones.
Con El recuerdo de Marnie parece buscarse una emocionante historia sobre el pasado y el presente, pero la valentía de contar con una protagonista de doce años, que no es ya una niña pero tampoco se ha convertido en una mujer, para mostrar un relato emocionalmente tan intenso se queda por el camino. La ejecución no parece la adecuada. No se sienten como necesarios algunos de los secundarios que aparecen en la historia y no hay manera de justificar que la película se acerque tanto a las dos horas. La excelencia audiovisual de Ghibli sí está presente en todo momento, es una delicia ver cómo se mueven los personajes en el pequeño pueblo que acoge la historia, el espléndido trabajo de sonido y el gran diseño de protagonistas y de escenarios. Pero la historia excede con mucho el nivel de azúcar que necesita y ralentiza demasiado su desarrollo para enganchar sin fisuras.
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