Bill Mrray, más que un actor, ya es un personaje. Cada vez es más evidente que le encanta interpretar a tipos de cierta edad, que pasan por un momento delicado en sus vidas o carreras profesionales, tramposos a más no poder, algo resentidos y con una pronunciada vis cómica. Salvo por los problemas profesionales, el perfecto retrato de Murray. Rock the Kashabh es un ejemplo más de esto que ahora se dedica a hacer Bill Murray. ¿Sorprende? Nada en absoluto. ¿Divierte? Sólo a ratos, porque Barry Levinson acaba haciendo una película extraña, a ratos seria, a ratos alocada, con personajes que entran y salen sin demasiada razón de ser. Y el caso es que, si no fuera por Murray, la película acabaría siendo una extraña y olvidable comedia sobre un agente de cantantes que se ve envuelto en una gira de una de sus representadas en Afganistán y que, por supuesto, acaba de la peor manera.
A Hollywood siempre le han gustado los escenarios exóticos para sus historias más rocambolescas y sus comedias más raras, pero encontrar en Afganistán un escenario para un filme que busca la gracia y el chiste es algo peculiar. Funciona a ratos, sobre todo porque la película se vuelca más en ese exotismo simpático, como si no fuera un país devastado por la guerra (algo que sólo se deja entrever en un par de instantes algo desconectados), que en la situación social, importa más lo tribal que lo político, la historia relacionada con la música que el propio escenario de ese país en concreto. Y sin desvelar nada de la trama, aunque las sinopsis y los trailers ya habrán hecho ese trabajo, la auténtica historia, la que de verdad importa, tarda muchísimo en arrancar, y necesita de una anécdota al final inservible para poner al personaje de Bill Murray en el escenario que se quiere contar. Pero Bill se lo pasa bien, así que todo lo demás no parece importar demasiado.
Y con Bill, el resto del reparto, con la puntual y difícilmente explicable aparición de Bruce Willis, la recortada presencia de Zooey Deschanel y el bastante superfluo personaje de Kate Hudson, y el protagonismo demasiado soterrado aunque en realidad clave de la actriz palestina Leem Lubany. Cuando ella se convierte en el centro de la historia, el tono cómico más amable se apodera del guión, incluso aunque sea ahí donde está la gran reivindicación social que esconde la película, eso sí, muy por debajo de la superficie que acapara Murray, casi única razón por la que Rock the Kashbah se ha llegado a hacer, por mucho que aporten algo de diversión el resto de personajes o la curiosa elección de los temas de la banda sonora (y a veces la mezcla de ambas, como la versión que hace el protagonista del Smoke on the Water de Deep Purple).
El lado musical contribuye a que el filme sea amable. Y curiosamente, aunque ahí está la clave para entender por qué demonios se ha hecho una película de fondo musical con Afganistán como escenario, eso mismo también hace que sea bastante olvidable, por mucho que el rótulo final quiera indicarnos que hay un hecho real que ha inspirado el filme. No basta, como tampoco basta ya ver a este Murray desinhibido y feliz de haberse conocido, que despierta risas puntuales pero en el que se deposita demasiada trascendencia dentro del filme como para no notarse las costuras en el andamiaje que tiene que sostener. Rock the Kashbah se deja ver con la misma facilidad con la que se acaba olvidando, demasiado ensimismada en el disfrute propio y olvidando quizá por momentos que al otro lado de la pantalla hay un espectador que necesita lo mismo y no termina de recibirlo.
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