Por mucho que guste dar palos a los Oscars en particular y a Hollwood en general, la ceremonia de entrega de las dichosas estatuillas suele ser una confirmación de lo bueno o lo malo que ha sido un año de cine. 2015 terminó con la sensación de que había más sombras que luces, y la gala lo confirmó. La Academia norteamericana ha acabado apostado por la anécdota antes que por los grandes premiados, por los récords y por las maldiciones antes que establecer a su mejor película como la gran ganadora de la noche. Porque fue Spotlight la película que se llevó el galardón principal, ¿pero alguien tiene la sensación de que fue realmente la ganadora? ¿Nos acordaremos dentro de unos años de que esta sensacional película fue la mejor de 2015? Lo más probable es que no, y a ello contribuye el hecho de que sólo ganara dos premios, el de película y el de guión original. Qué poco parece y, por desgracia, qué poco ayudará a que Spotlight permanezca en la memoria de los cinéfilos a pesar de sus inmensos méritos.
Por desgracia, la foto de la noche no ha sido esta, la del equipo y el reparto de Spotlight, todos ellos probablemente tan sorprendidos como el resto del universo cinematográfico cuando Morgan Freeman abrió el último sobre de la noche y leyó el título del filme de Thomas McCarthy. No creo que hubiera mucha gente que no esperara que en esa pequeña cuartilla estuviera escrito El renacido. Probablemente, Alejandro González Iñárritu ya estaba levantándose para verse nuevamente coronado después de la orgía emocional que supuso haber ganado el Oscar al mejor director por segundo año consecutivo por una película en la que lo que más destaca es su fotografía (la Academia logró otro de esos récords que tanto le gusta, tres premios seguidos para Emmanuel Lubezki) y sus actores (Leonardo DiCaprio, esta sí fue la foto de la noche, ganó el suyo, Tom Hardy no). Sólo Joseph L. Mankiewicz y John Ford habían ganado el premio dos años consecutivos. Con esa comparación sobre la mesa, o algo se está haciendo mal ahora o algo se ha hecho mal durante mucho tiempo.
La de DiCaprio es, probablemente, la mayor anécdota que ocultará el nombre de la tristemente sólo pseudoganadora de la noche, porque ya era la sexta tentativa del actor. El caso es que, por mucho sufrimiento que sea capaz de expresar en la pantalla durante las interminables dos horas y media de El renacido, no parece este su mejor papel, con lo que logrando la estatuilla por él ha entrado en el panteón de las estrellas compensadas, lo que supone una justicia pírrica para con él. Y seguramente no será el último Oscar que gane, con lo que, dentro de muchos años, su relación con la Academia, tormentosa hasta ahora (el actor se negó a acudir a la ceremonia en la que Titanic salió triunfal por no estar él nominado aquel año), será digna de analizar. Al menos no hubo un segundo Oscar de compensación en las categorías de interpretación y Sylvester Stallone se marchó de vacío. La estatuilla del mejor actor secundario se la quedó el brillante trabajo de Mark Rylance en El puente de los espías, y ver a Steven Spielberg puesto en pie fue fue uno de los grandes momentos de la noche.
Y es que fue una noche de momentos y de anécdotas. Porque como pensemos en una ganadora esa es Mad Max. Furia en la carretera, por la que la Academia ha mostrado un fervor sin precedentes para una película de género, hasta quedarse sólo por detrás de la multipremiada El retorno del rey. Hasta seis premios le entregó y por momentos dio la sensación de que la cosa iba a ir más allá para convertirla, con galones, en la triunfadora de la noche. Pero son seis Oscars. Los mismos, por ejemplo, que El Padrino II. El cine clásico muere en las comparaciones que deja esta ceremonia, de eso no hay duda. Lo que está claro es que a los académicos les va la marcha en cuanto al género se refiere, porque si no también resulta difícil entender el vacío a Star Wars. El despertar de la Fuerza, que perdió las cinco opciones que tenía. A Disney, por mucho que la exquisita Del revés de Pixar cumpliera con los pronósticos y se llevara el galardón al mejor filme de animación, no tuvo que hacerle gracia, pero las penas son menos penas con más de 2.000 millones de dólares recaudados sólo en cines y sin contar los miles de objetos licenciados que han vendido como churros.
¿Más perdedores? La gran apuesta es uno de ellos, porque sólo se llevó el primer premio por el que competía, el de mejor guión adaptado. Lady Gaga, sin duda, porque su actuación en la gala, ejecutada justo antes de que se diera el premio a la mejor canción, estaba pensada para que saliera del backstage a recoger el premio y se lo llevó la discutida canción de Spectre. Marte, Carol (ya olvidada en los premios principales) y Brooklyn confirmaron su anecdótica presencia en estos premios marchándose también de vacío. El puente de los espías, que no es lo mejor de Spielberg, logró más de lo que esperaba gracias a Rylance, y tanto La habitación como La chica danesa aportaron la frescura de la juventud con sus premios para Brie Larson y Alicia Vikander, las mejores actrices del año para la Academia. A la segunda incluso le alegró la velada al premio a los mejores efectos especiales para Ex Machina, su otra película del año y una gran sorpresa, pues fue la única categoría técnica además de la fotografía ya cantada para Lubezki en la que no triunfó Mad Max.
Al margen de los premios, llegamos a la gran anécdota de la noche, el boicot de la comunidad negra de Hollywood a la gala, el #OscarSoWhite del que tanto se ha hablado. Pues bien, fue el asunto monotemático de la histriónica conducción de la gala que hizo Chris Rock, centro casi exclusivo de su speech inicial, por supuesto objeto de su broma final, y paso obligado para todos los que querían hacer bromas en la gala. Cansino a más no poder. Alabemos, eso sí la capacidad de reacción de la Academia para convertir esta en la gala con más presencia de actores negros de la historia, con el propio Rock presentando, con Freeman dando el premio final, con muchísimos presentadores de esta raza y continuos planos al patio de butacas para buscar a sus representantes riéndose con las actuaciones del presentador. Hasta se puso bien visible a una violinista negra en uno de los números. Y, por supuesto, Spike Lee, promotor del boicot, apareció en el montaje que le mostraba recibiendo el Oscar honorífico. ¿Artificial? Sin ninguna duda. ¿Ayuda esto a la diversidad y a la igualdad? No, sólo al chismorreo, al chascarrillo y al debate estéril. Todo muy absurdo.
Y como el análisis de fondo no sirve, por eso la anécdota triunfa. Por eso lo mejor fue ver sobre el escenario a C-3PO, R2-D2 y BB8 rindiendo pleitesía al meganominado John Williams, y por desgracia megaperdedor, no lo olvidemos, ganar cinco de 50 nominaciones no es precisamente un gran dato para el que puede ser el mejor compositor de la historia del cine, por mucho que su derrota ante el nonagenario Ennio Morricone estuviera también cantada. Otro Oscar más de compensación, viendo la poquísima música suya que suena en Los odiosos ocho, por muy grande que sea el tema que ha compuesto para el filme de Quentin Tarantino. O la presencia como presentadores de Woody y Buzz, los míticos personajes de Toy Story recordándonos que llevamos veinte años adorándolos. Y es que esta vez no hubo apenas discursos emocionados, destacando el de Pete Docter con el mensaje más bonito de la noche, arengándonos a todos para crear, para hacer cine, para escribir, para dibujar, porque eso puede cambiar el mundo. Aunque luego no ganes un Oscar por ello.
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