Hace algunas semanas se dio publicidad al parecido que dos películas de Hollywood tenían con sendos cómics del escritor español El Torres, ambos maravillosamente dibujados por Gabriel Hernández. El velo, con Jessica Alba, es el más conocido. El bosque de los suicidios (el tebeo es El bosque de los suicidas, y el título original del filme es, simplemente, The Forest), llega antes. Dado que nadie se ha molestado en pagar derechos al autor, es hasta gratificante comprobar que la cinta del debutante Jason Zada está lejos de la categoría del cómic y que su historia no tiene más punto en común que el escenario real, el bosque de Aokigahara, junto al monte Fuji. Lo que en las páginas impresas es inteligente y terrorífico, en la película es torpe e incapaz de explorar las posibilidades del género. El Torres y Hernández logran que ese bosque tenga una importancia capital en su relato, mientras que en la película podría ser cualquier lugar. La diferencia, sobre todo, es de talento.
En El bosque de los suicidios hay poco. Pero es que además hay desgana. El terror es un género que, en el cine, es un triste moribundo. Sustos sin sentido (la escena del pasillo en el hotel es de traca), tensión innecesaria (¿por qué hay música pretendidamente ominosa en los planos iniciales de la película, en Tokio, como si en la ciudad fuera a pasar algo?), dejadez absoluta en los detalles (¿de verdad se internan en un bosque que todo el mundo sabe que es peligroso y en el que tan fácil es perderse sin agua, un par de barritas energéticas y la linterna de un móvil cuya batería debe de ser eterna?) y poquísimo terror (lo cual se explica, por ejemplo, en que se han eliminado escenas que sí aparecen en el trailer), concentrado además en un acto final lleno de trampas y preguntas sin resolver. Lo triste no es que la película haya salido mal, sino que da la impresión de que esto es lo que se quería hacer, alcanzando un mínimo para sacar algo de dinero en la taquilla y nada más.
Es una pena que la estimulante Natalie Dormer, la cara conocida (gracias a Juego de tronos) que una película de esta calaña siempre coloca al frente del reparto (sorprende que no se explote su presencia en los carteles), no tenga algo más a lo que agarrarse en esta historia, en la que da vida a dos hermanas gemelas, una de las cuales ha desaparecido en el mencionado bosque de Aokigahra, mientras que la otra emprende viaje para buscarla, con el convencimiento de que sigue viva. La torpe recreación del pasado que quiere dar justificación a sus posibles tendencias suicidas es otro de los problemas que tiene una película en la que unos personajes planos desde el guión no sugieren la más mínima empatía, por mucho que Dormer ponga todo su empeño. Los giros absurdos del guión, que al final no importa si son imaginaciones o realidades, añaden todavía más desconcierto a una película de terror que fracasa sobre todo en eso, en generar terror.
El bosque de los suicidios es el perfecto manual de la deriva que azota al género desde hace ya demasiados años. El caso es que sigue funcionando, porque al ser películas relativamente baratas, casi siempre consiguen recuperar la inversión e incluso ganar dinero. Pero eso no puede ocultar la desidia con la que se hacen. Zada tiene unos créditos escasísimos como para no dudar ya desde el principio de las posibilidades de un filme que apenas puede presumir de virtudes. Ni da miedo, ni sabe aprovechar el sensacional escenario escogido, que según la versión oficial fue idea de David S. Goyer, que ejerce de productor del filme, ni siquiera tiene un final desasosegante... Sólo la persistencia de Dormer por hacer algo creíble sostiene mínimamente un proyecto condenado al fracaso. O al suicidio. Pero el caso es que, a pesar del desastre, la taquilla responde. Qué difícil es explicar el porqué.
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