Unir animación y animales es casi tan viejo como el propio cine. Asumir que es una de las marcas de identidad de Disney, con la misma fuerza que sus historias de princesas y cuentos de hadas, es el primer paso para afrontar Zootrópolis. Pero resulta que los animales de Disney se han sofisticado, han llegado a una deliciosa modernidad, a un esfuerzo por satisfacer a niños y adultos, algo que la misma Disney dominó en su época dorada de los años 90 pero no de esta forma. ¿Por qué? Sencillo. Zootrópolis es un noir protagonizado por animales antropomorfos, siguiendo una estela imposible de desconectar del éxito del cómic de Blacksad, con el que mantiene más de algún paralelismo creativo, mezclado con la tradición más pura de Disney, en la que los animales, efectivamente, siempre han tenido un papel destacado. John Lasseter está llevando a la casa del ratón a un nivel increíble hace no tanto tiempo, haciendo que su marca abarque todavía más formas de entretenimiento.
Porque Zootrópolis, de partida, es justo eso, un entretenimiento de primer nivel. Es una película divertida (absolutamente impagable el gag de los perezosos, cúspide cómica de la cinta), perfecta para los más pequeños por la aventura que plantea y por el siempre formidable diseño de personajes del que hace gala Disney (nada que envidiar a Pixar), pero adecuada para los adultos de una forma natural e imaginativa, aceptando muchas fórmulas del cine negro y policíaco, también de las buddy movies, para que no desentonen en una historia que, con moralina incluida, está claramente dirigida a los más pequeños. Y por si faltaba algún detalle que hiciera que los padres se lo puedan pasar tan bien como sus hijos, sobrinos o nietos, atención a las referencias cinéfilas, televisivas y culturales que se deslizan, momentos fantásticos que nunca caen en lo superfluo o lo fácil.
La sofisticación que ofrece Zootrópolis arranca de sus mismos protagonistas, con un personaje femenino que no es una princesa como centro del filme. Judy Hopps es la primera conejita que consigue convertirse en agente de policía en la gran ciudad, pero allí descubre que soñar con algo no basta para que se haga realidad. Con mucha suerte, consigue hacerse cargo de un caso que puede salvar su sueño o hundirlo definitivamente, y para ello contara con la ayuda de Nick Wilde, un zorro tramposo y granuja. Se puede ver Zootrópolis mediante su capa más externa, la de un relato divertido y juguetón, colorista e imaginativo, o, a partir de ahí, se puede profundizar en la historia y encontrar pequeños mensajes. Judy sufre para lograr el éxito, no cuenta con el respaldo de su jefe ni de sus compañeros. Protagoniza en primera persona la corrupción política, el enchufismo, el bullying y hasta el rechazo a las minorías o el peligro de los medios de comunicación.
Todo eso está presente en la película. Pueden ser pequeñas píldoras, y desde luego no son la razón de ser esencial de la película. Pero están y no por casualidad, sino porque sirven para enriquecer la locura animalística que propone el filme, delirante en algunas ocasiones, brillante casi siempre y desde luego con una factura técnica descomunalmente conseguida. De todo ello cabe hacer responsable a la amalgama que Disney ha hecho en la dirección del filme, compartida por el debutante Jared Bush, el realizador del Disney más Pixar, ¡Rompe Raph!, Rich Moore, y uno de los artífices de la recuperación del Disney más clásico, el de Enredados, Byron Howard. Quizá hiciera falta esa mezcla para que el Disney de siempre, el que ha venido divirtiendo a generaciones de niños pese a las críticas que genera este tipo de entretenimiento entre espectadores (y críticos) más adultos, con historias que supongan un reto no sólo para las nuevas generaciones sino también para esos adultos que no necesariamente tengan el síndrome de Peter Pan. Y eso lo consigue. Con brillantez.
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