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viernes, agosto 28, 2015

'Ricki', buen rollo... ¿demasiado?

De los tres nombres que componen la plana central de Ricki, dos andan en camino descendente y uno ha llegado un punto en el que puede hacer lo que quiera, que va a encontrar el fervor popular y crítico de todas las maneras. En el primer lado están la guionista Diablo Cody, que sorprendió a todo el mundo con el ácido guión de la apreciable Juno para después caer muchísimo con sus siguientes trabajos. Junto a ella, Jonathan Demme, que alcanzó la cima hace ya demasiado con El silencio de los corderos y lleva años sin destacar tanto como entonces. Y en el lado opuesto, Meryl Streep, aplaudida sin cesar haga lo que haga. Sobre todo la presencia de Cody invita a pensar que Ricki va a ser una película muy cínica y dramática, pero no lo es. Tiene algún momento en que roza esas sensaciones, pero acaba siendo un filme de buen rollo, que arranca y acaba con música y sensaciones agradables. ¿Demasiado quizá? Puede ser, porque eso hace que sea algo más intrascendente de lo que le gustaría, pero el buen rollo que propone funciona.

Si lo hace es probablemente porque la simple presencia de Meryl Streep, y también la de Kevin Kline, predispone a que el espectador se meta en la historia. Streep es de las pocas actrices que sobrepasa la edad que Hollwyood considera peligrosa para las mujeres que sigue haciendo de todo, y aquí vuelve a moverse por terrenos novedades interpretando a una madre de familia que lo abandonó todo por su grupo de música pero que no tiene suerte en ese mundo y que tiene que regresar temporalmente a su pasado cuando su hija sufre un severo problema en su vida. El planteamiento sí encaja con lo habitual del singular y bastante sobrevalorado mundo femenino de Cody, pero la película pronto cae a derroteros mucho más amables. Y, a la vez, previsibles. Los conflictos se resuelven como por arte de magia, donde había insalvables enfrentamientos personales acaba llegando una felicidad algo ficticia y la tensión dramática se deja en un rincón, olvidada por completo, porque el objetivo de Ricki es muy distinto.

Eso, en cierta medida, es algo decepcionante. Sobre todo, más allá de las pretensiones habituales de Cody o de la capacidad de Demme, porque en el fondo Meryl Streep y Kevin Kline no tienen la oportunidad de lucirse que se intuía en la propuesta. Para ellos resulta una película fácil, no hay un esfuerzo palpable en la construcción de sus personajes. Simplemente están en la pantalla y se lo pasan bien mostrando alguna gota de su talento. Por eso Ricki es una película que se vende más fácilmente por ser aquella en la que comparten espacio Meryl Streep y su hija, Mammie Gummer (que también en la ficción desempeñan esos roles), que una verdaderamente trascendente por su talento cinematográfico. Importa bastante más que el espectador se deje contagiar por la música, algo evidentemente fácil de conseguir viendo la espléndida selección de canciones y lo acertado de sus versiones, que por el conflicto que plantea la película.

Y eso no es necesariamente un defecto insalvable. Es, sin más, una valoración de lo que podría haber sido Ricki con otro enfoque, una que no pretende restar eficacia a ese buen rollo que persigue la película y que, además, suele tener buen eco entre el público. No todas las películas han de ser dramas o tragedias, pero sí es verdad que ver el nombre de Diablo Cody es una invitación a otro tipo de filme. Ricki no lo es. Aunque hay alguna escena de una enorme tensión (la conversación entre Ricki y la nueva esposa del personaje de Kevin Kline, interpretada por Audra McDonald, que no por casualidad es la mejor de la película), lo cierto es que la película es mucho más amable de lo que podría haber sido. La desviación hacia ese buen rollo no es artificial por el simple hecho de que, y eso es un acierto, la película empieza con un número musical. Así queda claro que esto va de Meryl Streep disfrutando como rockera. No hay mucho más, pero eso también tiene su encanto.

viernes, junio 01, 2012

'¡Por fin solos!', se confirma la decadencia de Lawrence Kasdan

Qué lejos quedan los tiempos en los que Lawrence Kasdan era un cineasta brillante y diferente, capaz de dotar a la saga de Star Wars de un vigor impensable para muchos con su portentoso guión de El Imperio contraataca, de calentar una sala de cine como pocas veces se había hecho con Fuego en el cuerpo o de hacer crónica social de altura con Grand Canyon. ¡Por fin solos! es una comedieta simple, demasiado simple viniendo de quien viene, con algunos momentos divertidos como no podía ser de otra manera, pero en conjunto una muestra de que este director, que sólo ha hecho dos películas en lo que llevamos de siglo, está en clara decadencia y muy lejos de su interesante filmografía de los años 80 y 90. Se intenta, porque es Lawrence Kasdan, porque son Kevin Kline y Diane Keaton, pero cuesta encontrar elementos para pensar que este filme es verdaderamente rescatable. Es simpático, sí. Pero nada más. Y de alguien como Kasdan hay que esperar mucho más.

Es difícil encontrar una línea maestra que guíe el cine de Lawrence Kasdan, desde que allá por 1980 escribiera el guión de la segunda entrega de Star Wars y sólo un año después debutara como director con Fuego en el cuerpo. Si la hay, estaba en su maestría para crear personajes, dotarles de una psicología y de una historia y así convertir seres de papel en hombres y mujeres de carne y hueso. Y le daba igual que el entorno en el que se movieran esos personajes fuera de ciencia ficción o de realismo puro y duro. Quizá la última gota de genialidad hay que buscarla en la muy desconocida Mumford, que se estrenó nada menos que en 1999. Desde entonces, sólo había dirigido y escrito una película, Los cazadores de sueños, en 2003. Sin ser un tiempo excesivamente alarmante, que ¡Por fin solos! se rodara en 2010 y haya visto pospuesto su estreno a casi el verano de 2012 es ya un indicativo de que no estamos precisamente ante el resurgir de la genialidad de Kasdan en décadas anteriores. Por desgracia.

Y es algo a reprochar, porque el reparto es como para sacar partido de cualquier historia, por endeble que fuera. A ratos parece funcionar, todo hay que decirlo. Lo mejor de la película, de hecho, está en los sorprendentemente escasísimos momentos de interacción entre Kevin Kline (otro al que se echa en falta haciendo personajes protagonistas más a menudo) y Diane Keaton, o cuando el primero da rienda suelta al genio cómico que lleva dentro, quizá más cínico que de costumbre pero igualmente divertido. No obstante, siendo justos, la genialidad y la efectiva comicidad sólo aparece muy de vez en cuando en esta película. Algún momento de Richard Jenkins, algún otro de Dianne Wiest, algún que otro toque exótico de Ayelet Zurer... Aún así, todo queda demasiado escaso. Quizá el problema, insisto, sea el baremo que se le quiera aplicar a la película. A mí Kasdan me ha dado grandes momentos (ese resurgir del western en los años 80 con Silverado, esa nostalgia de Reencuentro) y le exijo acorde a su capacidad. Quizá otros vean en ¡Por fin solos! una comedia agradable sin más pretensiones.

En el fondo, lo es. Pero muy en el fondo. Lo dicho, esos momentos de diversión puntual puede que salven la película. Pero lo que cuenta es demasiado episódico, trivial e intrascendente. No termina de haber una historia equilibrada (sorprende una secuencia de animación, totalmente ajena al tono y al ritmo de la película), no es fácil saber si Kasdan (ayudado en el guión por su esposa, Meg) pretende contar lo que supone ser una mujer con el síndrome del nido vacío, porque las hijas apenas tienen un rol en el engranaje de la película. Tampoco si quiere hacer el retrato de un matrimonio en crisis, porque la historia del perro se lleva buena parte del protagonismo. Es difícil definir de qué va ¡Por fin solos!, incluso su argumento no daría demasiadas pistas y, en cambio, estropearía de contarlo aquí algunas de las sorpresas de la película. Quizá no sea más que una reunión de viejos amigos (sobre todo Kasdan y Kline) para pasar un buen rato rodando. A mí desde luego, se me antoja tan escaso... Echo de menos al Lawrence Kasdan de hace dos décadas. Y empiezo a pensar que ese ya no va a volver.

viernes, diciembre 02, 2011

'La conspiración', Robert Reford diseccionando injusticias y removiendo conciencias con maestría

Robert Redford siempre fue un carismático actor. Ahora, y ya desde hace algunos años aunque muchos se resisten a reconocérselo, es un gran director, que, por encima de todo, hace cine para diseccionar injusticias y remover conciencias. Con La conspiración, una excelente película ya por sus méritos cinematográficos, también consigue sacar adelante esa labor didáctica. Con maestría, con un clásico pulso narrativo, con un puñado de actores excepcionales y con una de esas historias que merece la pena contar (porque no mucha gente la conoce a pesar de partir de un suceso ampliamente difundido y popular) y que tiene numerosos puntos de unión con la realidad de nuestros días aunque su punto de partida sea el asesinato de Abraham Lincoln. Como suele pasar con esas películas que parten de un suceso muy americano, La conspiración no tendrá probablemente éxito en España. No lo ha tenido tampoco en Estados Unidos, donde quizá no gusta tanto que el cine sirva para abrir los ojos. Y es una pena, porque es una de esas películas necesarias desde numerosos puntos de vista.

La filmografía de Robert Redford se compone de dos tipos de películas. Por un lado están las historias bonitas, esas que ya no parecen tener cabida en el cine actual. Por eso, El hombre que susurraba a los caballos o La leyenda de Bagger Vance no tuvieron mucho éxito. Por otro están sus reflexiones políticas y sociales, que tampoco suelen tener mucho éxito, quizá si descontamos Quiz Show, que en su día sí pareció gustar mucho. En ambos terrenos, Redford muestra una madurez y una manera de entender el cine que para sí quisieran directores mucho más reconocidos, tanto por la taquilla como por el público. Sólo ha dirigido ocho películas en treinta años y, muchos años después de que Hollywood se rindiera a su debut tras la cámara, Gente corriente, su último filme, Leones por corderos, es de hace tres años. Aquella, siendo también un título que me pareció necesario, tenía un tono de mitin que seguramente disgustó a algunos y le resto algo de valor a las buenas ideas del filme para otros. Pero La conspiración no es así. Es un paso adelante de Redford como director un golpe continuo a la dudosa ética de los injustos, desde la primera escena hasta los rótulos con los que cierra el filme.

Lincoln ha sido asesinado y el ejército consigue detener a un puñado de personas a las que acusa de conspirar para matar al presidente. Entre ellos, una única mujer, Mary Surratt (Robin Wright; es asombroso ver cuánta tristeza desprenden los ojos de esta actriz a la que no se le hace justicia... ¿por tener 45 años?). Frederick Ailken (James McAvoy, un actor cada vez más sorprendente y capaz), un joven héroe de guerra, recibe el encargo de defenderla en el juicio militar que va a celebrarse, con sus derechos recortados y con el claro objetivo de cerrar el caso con culpables. Y aunque al principio no quiere hacerlo porque no cree en la inocencia de Mary, poco a poco se va dando cuenta de las injusticias que se agolpan en torno a un proceso tramposo, amañado y con un veredicto dictado de antemano. No obstante, nadie de su entorno entiende su dedicación al caso y no tardan en aparecer las consecuencias en su vida. Con este argumento, Redford denuncia las injusticias de la justicia, los peligros del poder absoluto, los fallos del sistema de valores sobre el que se construye una nación. Y aunque la historia sea propia de Estados Unidos, sus planteamientos son perfectamente extrapolables a cualquier lugar y momento de la historia, tal es su grandeza como película.

Redford arranca mostrando, en un nítido pero algo desaprovechado prólogo (¿qué hubiera hecho Spielberg con esa escena...? Quizá Caballo de guerra nos dé la respuesta), el heroísmo del personaje McAvoy en el campo de batalla y después traslada la guerra al campo de las ideas. A través de las dudas del abogado, asistimos a una enorme lección sobre ética y justicia, que en ningún momento se convierte en un mitin a pesar de posicionarse claramente en el proceso. A través de las miradas de la mujer juzgada, asistimos a las injusticias que se antojan inevitables, no importa cuánto esfuerzo se ponga en desmontarlas. A través de la cámara de Redford (soberbia en escenas como las conversaciones entre Mary y Frederik, en la escena de la horca o en el formidable epílogo), asistimos a una sobria lección cine de clásico en un marco tan común a títulos míticos como un tribunal, engrandecida por un notable trabajo de fotografía a cargo de Newton Thomas Sigel (aunque la música de Mark Isham apenas contribuye a hacer crecer el filme) y que se redondea con un casting espléndido (por destacar algún nombre más, prodigioso Kevin Kline en un poderoso papel secundario y un siempre formidable Tom Wilkinson).

Después de años como galán imperecedero de Hollywood y cuando Robert Redford se está convirtiendo en una referencia imprescindible para el análisis del mundo actual, resulta que el mundo le está volviendo la espalda por culpa de una cierta frialdad en la puesta en escena. La conspiración se vio en el Festival de Toronto hace más de un año. Se estrenó en Estados Unidos en abril de éste, y fue un fracaso de taquilla (once millones de dólares recaudados, ni la mitad de los 25 que costó). Y ahora llega a España. Lo más probable, y es una auténtica pena, es que la película pase por la cartelera sin pena ni gloria. Qué pena que un cine tan reflexivo como éste no encuentre su lugar en el mercado. Robert Redford siempre me ha gustado como director y estoy convencido de que su sincera emoción a la hora de rodar los momentos posteriores al asesinato de Lincoln, su enorme trabajo con los actores, su compromiso político y social y su intenso conocimiento del cine se merecen mucha mejor suerte de la que están corriendo sus últimas películas. La conspiración es un excelente ejercicio de reflexión y un continuo golpe a la ética de los injustos. Con sus defectos, pero cine puro. Será que es demasiado clásico para gustar al público de hoy en día.

miércoles, julio 22, 2009

'El último show', un canto a la vida

El último show es una de esas películas de las que es muy fácil hablar. Que sea la última obra de Robert Altman facilita mucho las cosas. Que tenga un reparto impresionante ayuda aún más. Pero que además sea una película tan sincera, tan hermosa, tan llena de vida, es lo que hace necesario hablar de ella. Porque uno se pone a verla esperando quizá un trabajo más o menos eficaz de Altman. Esperando una peliculita entretenida, con buena música, para pasar el rato y poco más. Pero cuando acaba, uno se da cuenta de que tiene en su rostro una sonrisa de oreja a oreja, que ha visto un filme precioso, entretenido, muy bien hecho y, sobre todo, un auténtico canto a la radio, al espectáculo y a la vida. A la vida de estos hombres y mujeres que hacen posible un show en directo cada semana. A la vida de esta gente de la radio y de más allá de las ondas. A la de los propios espectadores y sus experiencias.

La película nace en la figura de Garrison Keillor, un tipo que lleva treinta años haciendo radio y nada menos que 25 (aunque con algún intervalo dedicado a otros proyectos) con A Praire Home Companion, un espectáculo de variedades emitido en directo desde un teatro. Eso, exactamente eso, es lo que se ve en la película: una de esas retransmisiones. En concreto, la última, lo que le da una emotividad completa y compleja al filme. Hay quien no se hace a la idea de que ese día el telón se cerrará por última vez, hay quien piensa que todos los espectáculos son el último, hay quien piensa en cómo evitar el cierre definitivo. Pero todos saben que es el último día que estarán todos juntos. La presencia, tanto en el patio de butacas como entre bambalinas, de una misteriosa mujer acentúa esa sensación.

El propio Keillor escribió la película para que Robert Altman la dirigiera. Éste leyó todos los borradores del guión y lo único que le decía es que se iba acercando a lo ideal. Lo cierto es que el guión nunca dejó de escribirse y durante el rodaje fueron surgiendo nuevas ideas y nuevas escenas. Altman le devolvió la broma colocando a Keillor como protagonista de la película, haciendo de sí mismo. Su presencia es un motivo más que suficiente para ver la película en versión original y escuchar su auténtica voz, puro sonido radiofónico. Como el hecho, que mencionaba antes, de que sea la última película de Altman. El director tenía 80 años cuando emprendió el rodaje (murió ocho meses después del estreno, con 81), por lo que se contrató a un segundo director en caso de que tuviera que hacerse cargo del proyecto. El elegido fue Paul Thomas Anderson (Magnolia, Pozos de ambición). Aunque el título original es el nombre del show en que se basa, A Praire Home Companion, esta vez los dobladores españoles no andan muy desencaminados, pues el filme estuvo cerca de titularse The last broadcast.

El último show es, en última instancia, una película musical, canciones country seleccionadas e interpretadas por los artistas regulares del show y por los actores, tan pegadizas que algunas se quedarán en la cabeza del espectador durante días. Pero es también, y aunque parezca mentira por su naturaleza, una película de actores. Ver cómo se mueven en sus camerinos, tras el escenario y compararlo con lo que hacen después en directo es maravilloso. Es increíble ver a Meryl Streep y compararla, por ejemplo, con la actriz que aparece en La duda. Es muy interesante ver a Lindsay Lohan interpretar a su hija o a Lily Tomlin dar vida a la hermana de Streep. Es divertidísimo el dúo que forman Woody Harrelson y John C. Reilly. Es una gozada ver a uno de los mejores actores cómicos que existen (Kevin Kline; el papel lo iba a interpretar George Clooney. Sobra decir que se ganó una barbaridad con el cambio...). Y así hasta completar todo el reparto.

La misteriosa mujer de la que hablaba antes (su personaje está acreditado como Dangerous woman, mujer peligrosa) corre a cargo de Virginia Madsen (Entre copas), una intérprete interesante y algo desaprovechada durante largos años. La primera actriz elegida para el papel fue Michelle Pfeiffer y aquí se me ponen los dientes largos al pensar que habría hecho la protagonista de Los fabulosos Baker Boys, Batman vuelve o la más reciente Stardust. Sin embargo, Madsen lo borda. De hecho, el personaje no le gustaba nada a Robert Altman y trató de recortar su presencia en el guión hasta el mínimo y fue Madsen quien le convenció con su trabajo de que podía dar mucho juego. Y lo dio, gracias sobre todo a la etérea y mágica presencia de la actriz, que protagoniza brillantes escenas con Kline, Keillor y Tommy Lee Jones, que tiene una breve aparición en la película.

Altman rodó la película sobre un escenario real, grabó la música en directo, captó la esencia de lo que es hacer radio sin red, en el constante salto al vacío en el que viven quienes se ponen cada semana delante de un micrófono. Y el resultado es hermoso, inspirador y una de las películas de los últimos tiempos más indicadas para levantar el estado de ánimo de un espectador de edad comprendida entre los 0 y los 152 años. ¿Que sólo es una película? Pues sí, sólo es eso. Nada más que eso. Pero se puede mirar desde el otro lado y pensar que es un prodigio mágico. También es eso. Nada más que eso.

viernes, abril 20, 2007

Otto, el personaje más loco de 'Un pez llamado Wanda'

Un pez llamado Wanda es una de las mejores comedias de los años 80, un clásico sobre el que no pesan los años, un gran trabajo de guión y de interpretación, una de esas películas que ya no se ven. Kevin Kline ganó el Oscar al mejor actor secundario por su papel en esta película. Da vida a Otto, un psicópata que forma parte del grupo de ladrones de joyas que centra la historia. Las características de Otto le hacen un personaje de lo más peculiar... La imagen que acompaña a esta entrada es de los títulos de crédito de la película.

El auténtico cerebro detrás de Un pez llamado Wanda es John Cleese, el genial cómico británico que fue miembro de los Monthy Pitton. Cleese le ofreció el personaje a Kline de una forma muy peculiar: "Tengo un papel para ti en que el eres el hombre más malvado del mundo", le dijo. Y Kline aceptó. Luego mejoraron el personaje entre ambos, en un viaje a Jamaica en el que Kline (al que le encanta ensayar y, según sus compañeros, no empieza a dar lo mejor de sí mismo hasta la sexta toma) interpretaba escenas y daba ideas a Cleese.

"Se fue convirtiendo en un tipo que se creía un genio, pero que era un auténtico estúpido", asegura Kline de su personaje. Otto lee filosofía. Adora a Nietzsche, pero en realidad no lo comprende. Se cree un tipo inteligente precisamente por sus lecturas. Memorable el diálogo en el que Jamie Lee Curtis le dice que el Suburbano londinese (London Underground en el original) no es un grupo cultural (¡¡¡y Otto se ríe para afirmar que sí lo es!!!). Como se cree tan inteligente, una de las cosas que no soporta de nadie es que le llamen estúpido. Y, por supuesto, como buen americano, se cree por encima de los ingleses (la película está ambientada en Londres).

Vuelve loca a Wanda hablando en italiano. En realidad, lo que hace es decir nombres de platos, de ingredientes y de alimentos. Como curiosidad, hay que decir que en la versión italiana, lo que habla Otto para seducir a la chica del grupo es castellano... Kevin Kline intentó que fuera francés el idioma con el que conquistar a Wanda, porque ese es el idioma que habla en la vida real y se sentía limitado con el italiano. De hecho, en la escena que finaliza en la cama, Kline se quedó sin palabras en ese idioma y se puso a cantar Volare. Estaba convencido de que cortarían la escena, pero ésta se quedó en la película.

Otto demuestra una gran puntería con su pistola con silenciador. El disparo a un sensor que aparece en pantalla durante el robo lo hizo el propio Kevin Kline. Y acertó en la segunda toma. Una de las subtramas que se eliminaron de la película (y que se pueden ver en una magnífica edición de dos DVDs) coloca una muy singular afición a Otto: cuando oye a un gato no puede resistirse a disparales al rabo. De hecho, colecciona rabos de gato.

A los responsables de la película les pareció una crueldad innecesaria con los animales, toda vez que la película ya incluye el asesinato de tres perros y de varios peces, estos a manos de Otto precisamente... Por cierto, esos peces no son reales. Son de gelatina, aunque Kline se ofreció incluso a comerse peces vivos para dar más realidad a la secuencia.

De Un pez llamado Wanda se pueden destacar muchas cosas: el inteligente guión de Cleese, las maravillosas interpretaciones de todo el reparto, las situaciones cómicas generadas por el tartamudeo del personaje de Michael Palin (la escena en la que intenta decirle a Cleese dónde están las joyas era muchísimo más larga, pero se cortó para el estreno porque ya parecía excesivo), el momento en el que Otto cuelga de la ventana al abogado que interpreta Cleese y éste le pide disculpas boca abajo... Muchas escenas, una gran comedia. Altamente recomendable para quien no la haya visto y esté hastiado de la comedia actual.