Pasan los años, pasan las películas y la sensación de que David Fincher es un genio no hace más que crecer. Con su versión de Los hombres que no amaban a las mujeres, primera parte de la afamada trilogía literaria Millennium (que ya ha tenido una anterior adaptación cinematográfica), demuestra una vez más que es un narrador cinematográfico de primer orden, como hay muy pocos en el panorama actual del séptimo arte. Porque domina con maestría lo que sucede en la pantalla a todos los niveles, incluso en los momentos de mayor violencia (sexual sobre todo) y encuentra planos soberbios donde otros sólo sabrían colocar la cámara en cualquier sitio, porque le gusta el riesgo en lo temático y en lo visual pero a la vez tiene un regusto clásico que no puede evitar. Es un genio porque se eleva incluso por encima de los defectos de su obra, porque es capaz de enganchar al espectador desde todos los planos de la experiencia sensorial que tiene que ser el cine, pero también con su forma de abordar historias y géneros que en manos de otros podrían caer en la rutina.
Millennium nunca me había llamado la atención. La maquinaria mediática y publicitaria en que se convirtió la trilogía de Stieg Larsson hace no tanto tiempo me pilló poco receptivo y con la guardia alta. Las novelas siguen como tareas pendientes, las películas suecas pasaron sin despertar mi interés. Y entonces se anunció que David Fincher dirigiría la versión americana, dando al traste con todos mis prejuicios y obligándome a abrazar este título. Con toda la ilusión que supone que la dirija el mismo tipo que reinventó el thriller dos veces, con Seven y con Zodiac, pero con la misma cautela que desprende el asumir una franquicia de éxito popular como la de Millennium. ¿El resultado? Una maravilla visual y sonora, un enriquecimiento de una historia más convencional de lo que parece y una obra artística de enorme magnitud. Superior en todo a su precedente cinematográfico, convenientemente revisado para la ocasión, mucho mejor construido que aquel, a pesar de que dura unos pocos minutos más y sobrepasa las dos horas y media de tensión y fascinación absoluta, en la que cortar algo resulta imposible.
Dado el nivel de popularidad de los libros, la historia será más o menos conocida por casi todos. Un viejo millonario, Henrik Vanger (Christopher Plummer), contrata a Mikael Blomkvist (Daniel Craig), un periodista caído en desgracia tras ser condenado por difamación a un empresario, para que investigue el asesinato de su sobrina Harriet, acontecido hace cuarenta años durante una reunión familiar. Con el paso del tiempo y con el peligro creciendo, encontrará la ayuda de una joven y problemática hacker, Lisbeth Salander (Rooney Mara), la misma que ha elaborado el dossier sobre Blomkvist que ha servido para que Vanger le contratara. Juntos buscarán desentrañar el sórdido y oscuro misterio que rodea a este caso. Sin haber leído el libro, pero conociendo declaraciones al respecto de su guionista, el espléndido Steven Zaillian, y viendo esta película y la original sueca, es obvio que hay detalles modificados con respecto al libro.
Abandonando todo respeto purista a una obra literaria originaria, casi siempre excesivo y casi nunca recomendable a la hora de abordar una adaptación cinematográfica, la película de Fincher acierta en todas sus elecciones. En lo que añade, en lo que mueve de lugar y coloca en otro momento de la película (admirables flashbacks), en las relaciones personales que teje (maravillosa la de Blomkvist con Erika Berger, la directora de la revista Millennium, una siempre maravillosa Robin Whright) y en los personajes que hace evolucionar hasta extremos insospechados. Porque, moldeados por Fincher e interpretados por dos brillantes Daniel Craig y Rooney Mara, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander son dos personajes inolvidables. Y son ellos los que hacen que Los hombres que no amaban a las mujeres sea mejor película de lo que puede parecer a simple vista. El misterio no lo es tanto, la historia no es tan novedosa a pesar de todo lo que se habló de ella hace poco, pero estos dos personajes son inolvidables gracias a una brutal narración a cargo de Fincher. Craig es cada vez un actor más completo, Mara una gratísima sorpresa que entiende a un personaje difícil y hace suya toda su complejidad emocional, más y mejor que la alabada Noomi Rapace.
Si la original era la película de Lisbeth, Fincher entiende que el filme pertenece a Blomkvist tanto como a Lisbeth, y en esa sinergia el producto crece. El director coloca sus caminos en paralelo, con un montaje sencillamente extraordinario (y que no puede sorprender, después de ver trabajos anteriores de Fincher y sobre todo la maravilla que en ese sentido fue La red social), hasta que hace que se crucen. Saltan chispas en la pantalla. Las imágenes de Fincher son apabullantes, su mundo sórdido, su sonido intenso. Todo destaca. E hipnotiza desde unos créditos iniciales que no es fácil conectar con el resto de la película pero que vendría a demostrarse qué haría el cineasta si algún día dirigiera una película de James Bond. Esos créditos, precisamente, es lo más discutible de la película. No es fácil decidir si son una genialidad o un desvarío incontrolado de quien se sabe un genio. Si Fincher completa la trilogía, saldremos de dudas al ver qué escoge para abrir el segundo y el tercer capítulo. Y seguramente Los hombres que no amaban a las mujeres crecerá aún más con su secuela, encontrando más sentido al anticlimático pero brillante final de la película, que llega muchos minutos después de que la trama principal quede resuelta. Una película impresionante. Pero, claro, ¿qué otra cosa se puede esperar de un genio?
1 comentario:
C. deseando estoy que la veas para comentarla contigo...
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