Últimamente, el negocio del cine se está poniendo un poco imposible. Sabemos demasiado de las películas antes de verlas y nos hemos tragado ingentes y nada fundamentadas polémicas que nos obligan a posicionarnos. Con Cazafantasmas ha sucedido algo así, hasta el punto de que es difícil saber si lo que hemos visto es la película que realmente quería hacer Paul Feig, la que Sony ha querido rehacer por si acaso, una mezcla de ambas o ninguna de las tres. Polémicas, desde luego, las justas. Esta Cazafantasmas no es sólo una película legítima, sino que como remake funciona bien. Lo que se ha rehecho, tiene fundamento. ¿El problema? Sobre todo, en esas dudas. ¿Qué hemos visto? ¿Por qué se nota tanto que faltan cosas, que otras se han añadido a última hora? La película parece cortada a machetazos, cosida entre la osadía del equipo y el miedo del marketing, y eso no sirve para enamorar ni a los fans de los Cazafantasmas originales ni tampoco a los de Feig o el cuarteto femenino protagonista.
Esto se ve de una manera tan clara que incluso los títulos de crédito finales, antes de una escena postcréditos que en realidad ahonda en la indefinición del proyecto, se forman fundamentalmente con una escena eliminada. Lo que tendría que ir al DVD, aquí se integra, a pesar de que se ha considerado que no funcionaba en el montaje de la película. Como poco, extraño. A Cazafantasmas, en todo caso, le pesa no tener clara una historia que enganche. Da la impresión de que la idea era soltar a Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Kate McKinnon (que acaba siendo la mejor, la más divertida y con el personaje mejor definido), Leslie Jones y Chris Hemworth (elogiablemente delirante) y combinar sus improvisaciones con algún que otro chiste escrito previamente, unos efectos visuales que funcionan admirablemente bien y el habitual compendio de referencias y cameos que satisfagan al aficionado de los Cazafantasmas ochenteros. Y el cóctel a ratos funciona bien, es una película muy entretenida, pero se le ven las costuras a lo lejos.
Y el caso es que da rabia que sea así, porque se pierde una ocasión de haber hecho algo completamente diferente y a la vez deudor del espíritu original. Da la impresión de que Sony se ha dejado llevar por la polémica y ha querido reducir el riesgo al mínimo, pero por esta vía lo que ha sucedido es que ha quedado un guión más endeble de lo que prometía, y con unos personajes que se quedan en lo tópico y a medio camino a pesar de que la película llega a las dos horas. Quizá sea una forma demasiado dura de verlo, ya que en realidad no es un mal entretenimiento, pero el mal endémico del blockbuster hollywoodiendse exige que se siga lamentando el freno que se autoimponen directivos y creadores. No es que la película no acierte, porque hay muchos momentos en los que es obvio que lo hace, indicando que Feig y compañía conocían el camino para lograr que la gente se acostumbrara a una nueva generación de Cazafantasmas, y encima cambiando el género.
El resultado, en resumen, es bastante desigual. Al final, pueden más las luces que el carisma. Lo improvisado y lo cómico quedan algo apagados ante decisiones conscientes que se ven claramente equivocadas, que afectan sobre todo al segundo acto, y lo prometido no termina de ofrecerse del todo. Lo cierto es que acaba siendo una de esas películas de complicado juicio, porque hay un poco de todo para salir contento, pero se está lejos del entusiasmo. Hay fantasmas, muchos, hay escenas rehechas de la película original (la primera, sin ir más lejos), que convencen y mucho, hay bromas muy divertidas, hay muchos efectos visuales, e incluso los cameos más insustanciales (¿se puede considerar cameo el desaprovechado papel de Charles Dance?) acaban dejando una leve sonrisa en el rostro del espectador. Pero hemos perdido tanto tiempo hablando de tonterías que al final estas Cazafantasmas han quedado en un segundo plano. Y al menos merecen pasar un rato con ellas.
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