Resulta fascinante que haya directores que sepan romper fronteras. Y cuando son capaces de hacerlo en más de una película, la sensación es aún más gratificante. Denis Villeneuve ya se ha sumado a esa lista de privilegiados cineastas que son capaces de traspasar todos los límites para contar una buena historia, lo hizo con Prisioneros o con Enemy, y lo vuelve a hacer en Sicario, donde retuerce un escenario que ya empieza a tener demasiadas interpretaciones en la ficción norteamericana de nuestros días, la frontera entre Estados Unidos y México como terreno esencial para el tráfico de drogas, para llevarlo a un terreno que le es más propio, el personal. Sicario no es una película sobre la guerra contra la droga, sino sobre cómo ven tres personajes muy concretos esa guerra y la forma de lucharla. El punto de vista escogido (aunque modificado al final para un brutal desenlace) es el de Kate (Emily Blunt) una agente de acción reclutada para un equipo integrado por diferentes agencias.
Villeneuve tiene dos enormes virtudes. La primera es que es capaz de captar lo más cotidiano de los escenarios más extraordinarios. Kate es una mujer obsesionada con su trabajo, y eso lo muestra con su despliegue profesional pero también con el contraste con su vida personal. Encajar a ese personaje en una guerra tan extrema y hacer del seguimiento de las reglas (o cómo se rompen para lograr un bien mayor) un tema capital de la película es un indudable acierto, porque explica cada una de las acciones de Kate, sus dudas antes, durante y después de las operaciones, e incluso sirve para explicar por qué es escogida para ese trabajo. La segunda virtud de Villeneuve es que es un extraordinario director de actores. Buscar a un intérprete que no entienda lo que requiere su personaje, por breve que sea su aparición en pantalla, es una misión imposible.
Esa cualidad, cuando además uno tiene un reparto encabezado por Emily Blunt, Benicio del Toro y Josh Brolin, es sencillamente una formidable tarjeta de presentación para que después la película vaya sobre ruedas. Los tres están impresionantes, aportando unos matices riquísimos para sus personajes. Blunt confirma su descomunal versatilidad y tanto Del Toro como Brolin que, incluso en terrenos que se acercan a sus escenarios de seguridad más confortable, los que les han hecho merecedores de elogios en trabajos anteriores, saben encontrar elementos diferenciadores. Villeneuve sabe cómo sacar lo mejor de sus actores y cómo aprovecharlo para que su forma de rodar sea personal e identificable. No necesita primeros planos continuos para entender las emociones de sus personajes y sabe jugar con los escenarios para que la tensión del thriller que no deja de ser Sicario crezca junto a estos tres actores.
Como Villeneuve sabe rodar de una forma extraordinaria, la película rentabiliza todos los aciertos del guión y va dejando pequeñas escenas de acción que dan un ritmo bastante impresionante al filme y que construyen la historia, pero que funcionan casi como pequeñas piezas individuales. Sucede con el brutal arranque de la película, una operación de salto modélicamente planificada; con la extraordinaria escena en la frontera, milimétricamente pensada y ejecutada con maestría; o con el sensacional clímax, en dos partes, una grupal en la que no chirrían ni siquiera las cámaras térmicas o de infrarrojos que emplea y una individual que recuerda a la mejor tradición del género. Si Heat, de Michael Mann, fue el mejor retrato posible del crimen urbano, Sicario se convierte en el mejor exponente de las historias que cuentan cómo afronta la Ley la guerra contra el narcotráfico. Porque narcotraficantes hay pocos en Sicario. Lo que hay es cine y del bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario