Es relativamente fácil tener una buena idea. Relativamente, ojo, que no se trata de quitar méritos. Passengers tiene una muy buena idea de partida. Una nave que transporta a más de 5.000 personas a una colonia de otro mundo sufre una avería y una de las cápsulas de hibernación se abre por error 90 años antes de alcanzar el destino. La idea, insisto, es muy buena, porque abre un inmenso abanico de posibilidades. ¿Qué hace un hombre solo en un crucero de lujo y sabiendo que va a morir de viejo sin que nadie lo sepa? Muy buena idea, sí. De pronto, otra cápsula se abre. Y tenemos a una mujer en el escenario. Espléndida idea. Las circunstancias en las que se produce el encuentro suponen una idea todavía mejor. Pero cuando llega el final de Passengers la sensación que queda es la de haber asistido a un conjunto de buenas ideas que dan como resultado una película muy entretenida, de enorme química entre sus actores pero que se queda un poco a medio camino de todo.
De hecho, se puede decir que Passengers es una de las propuestas recientes de ciencia ficción que más posibilidades tiene y menos se atreve a explorarlas a fondo. Una pena, porque hay escenarios muy sugerentes en los que da la sensación de que tanto Chris Pratt como Jennifer Lawrence habrían podido sacar un partido excelente. Porque la química se ve, se nota, se siente, se palpa. Es la base de la película, al mismo nivel que el muy atractivo punto de partida, el que permite a Morten Tyldem saltar de la magnífica The Imitation Game, un relato histórico, a este desafío de efectos visuales que queda algo cojo en su guion. Es verdad que hay un problema de base en la película, y es que todo el misterio que podría tener se agota en un innecesario prólogo, que hace que el último acto de la película sea únicamente espectacular desde el punto de vista visual pero nada eficaz en lo dramático, también por la habitual falta de valentía que suele haber en este tipo de producciones.
Y el caso es que no se puede decir que no sea una película eficaz ni entretenida. Lo es en ambos niveles, porque plantea dilemas y debates que perduran después de que se acabe la cinta (el más grande de todos, el que precisamente sirve para cerrarla), y porque en el fondo es difícil resistirse a una misión para salvar una nave espacial gigantesca de su propia destrucción, y más a una que presenta un diseño que mezcla elementos bastante originales con otros que inevitablemente recuerdan a 2001. Una odisea del espacio, la en tantos aspectos premonitoria película de Stanley Kubrick. Por supuesto, Passengers no aspira a tanto y se conforma con que Pratt y Lawrence (sin olvidarse del espléndido y últimamente algo desaprovechado Michael Sheen) sepan dar vida a una historia emocionante, emocional y llevada con cierta habilidad, aunque sea sin sacarle todo el jugo que sí podría haber tenido.
No es fácil hablar de Passengers, al menos hacerlo con claridad, sin desvelar buena parte de su trama, y eso es algo que aquí no se va a hacer. Los trailers ya son suficientemente reveladores (y tramposos, también muy tramposos) como para sumarse a esta absurda corriente que parece empeñada en que no disfrutemos de las historias según las han planteado sus autores. Passengers, como buena película que se basa en apenas un par de personajes, es una historia que merece la pena ir descubriendo y saboreando poco a poco. Es ahí como funciona mejor. Entrando con el protagonista en cada nuevo escenario y dejándose llevar por una propuesta de ciencia ficción tan notable como su vertiente más humana. Lo segundo genera ciertas dudas, porque ni Tyldum ni el guionista Jon Spaihts (firmante de obras tan dispares como Prometheus, Doctor Strange o la infumable La hora más oscura) sacan lo máximo de su propuesta. Lo primero es intachable, y no sólo por los efectos, sino por la imaginación.
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