Hay quien dice, incluso voces tan autorizadas como las de Steven Spielberg, que el cine de superhéroes acabará perdiéndose en el olvido en algún momento. Pero viendo Doctor Strange, viendo cómo Marvel es capaz de reinventarse para convencer como siempre y con historias que en el fondo ya hemos visto, parece difícil que esa negra profecía se haga realidad. Doctor Strange es una buena película de origen, modélica en ocasiones y de manual siempre. Con sus errores, por supuesto, pero con una factura prácticamente intachable. Pero este maestro de las artes místicas no está tan lejos de aquel maestro de la ingeniería robótica que nos presentó Jon Favreau en 2008 en Iron Man con el rostro de Robert Downey Jr. No hace falta un análisis demasiado profundo para ver las analogías entre estos dos filmes, separados por ocho años y una docena de títulos enmarcados en el universo cinematográfico de Marvel.
La buena noticia que supone Doctor Strange sirve para resolver las dudas que podría haber generado la elección de un director especializado en el terror como Scott Derrickson, y que había destrozado la mítica Ultimátum a la Tierra en un horrendo remake. Derrickson, coautor también del guión no sólo rueda muy bien los efectos visuales con los que la película se adentra en este mundo de hechicería y misticismo, sino que además consigue explicarlo francamente bien para los no iniciados en este aspecto del universo Marvel de los cómics. Y no era nada fácil, porque el lado más mágico de este mundo era una invitación a divagar, con los diálogos y con las imágenes, y la película se contiene por ambos lados, convirtiéndose en un espléndido entretenimiento que tiene todas las papeletas para convencer a quienes busquen acción Marvel pero también a quienes necesiten, a estas alturas, de algo ligeramente diferente.
Sobra decir que la elección de Cumbarbatch para dar vida al protagonista es el acierto supremo de la película. El cameleónico actor sabe trasladar al personaje por todos los estados emocionales por los que pase a lo largo del filme, que son muchos más de los que los más críticos con este tipo de cine estarían dispuestos a admitir como posibles. Strange no es plano. No es rocoso. No es un héroe intocable. Y por eso funciona, porque tanto él como su mundo son piezas en movimiento, y eso se puede decir a todos los niveles, tanto para los personajes que le rodean (la doctora Christine Palmer de Rachel McAdams y el Mordo de Chiwetel Ejiofor son los dos ejemplos más notables), como del mismo entorno visual en el que acontece la historia, que parece ser deudor de Origen o de Matrix por diferentes razones pero que acaba teniendo una personalidad propia bastante notable, desde un arranque potente sin su protagonista hasta un clímax original y francamente comiquero.
Doctor Strange tiene puntos débiles, por supuesto. Una mala escena de presentación del personaje y un excesivo sentido del humor (no todos los héroes Marvel necesitan el mismo punto cómico, e incluso Derickson se carga algún momento con trazas de mítico precisamente por extralimitarse en este punto) pueden ser los más notables. Pero, al final, la sensación es tan positiva que eso queda como una molestia puntual. La película presenta un aspecto audiovisual notable en el que tiene una parte sustancial la espléndida música de Michael Giacchino (¿por fin Marvel dará continuidad al tono de sonoro de sus películas?) y unos efectos muy impresionantes a todos los niveles, también para dar forma a lo más esperado por los fans del cómic, y cumple con todo lo que cabe esperar de ella en las expectativas más ilusionantes. Por supuesto, eso incluye el imprescindible cameo de Stan Lee y dos escenas postcréditos que nos recuerdan que estamos ante una película con personalidad pero también ante una parte de un maravilloso universo cinematográfico compartido.
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