Si tenemos a un escualo incordiando, resulta inevitable
pensar en la película definitiva sobre la materia, Tiburón. Steven Spielberg
aterrorizó al mundo de tal manera que incluso en la playa más tranquila había y
que mirar dos veces buscando la aleta que indicara el peligro. Con semejante
precedente, hay que tener un punto de osadía (¿de locura?) para hacer una nueva
película con un tiburón como eje. Sin contar con el admirado surrealismo de
serie B que supone Sharknado, Renny Harlin ya ofreció un intento atractivo en
Deep Blue Sea, pero lo que ha hecho Jaime Collet-Serra en Infierno azul es algo
notable. Con alguna concesión a un tono videoclipero que tampoco le beneficia demasiado pero usando muy bien las armas que tiene a su disposición el director, la película convence con lo que propone, un mal rato, una situación agobiante de esas con las que un espectador goza. Nos gusta que los protagonistas lo pasen mal, y Collet-Serr lo muestra muy bien.
El realizador, que ya tiene una amplia experiencia en el manejo de estas situaciones, es un tipo que sabe dosificar el ritmo y que saca
muchísimo partido de los escenarios en que acontecen sus películas. No hay más
que ver la espléndida persecución automovilística de Sin identidad para
apreciar este talento del realizador, y en Infierno azul llega a su máximo
exponente. A Collet-Serra le va la belleza y la exprime de una manera
sobresaliente. La belleza de Blake Lively, muy metida en un papel complicado
por la ausencia de compañía en casi todo el metraje, y del que sale más que airosa. La belleza también del
escenario, una playa paradisíaca que acaba convirtiéndose en el infierno de la
chocante traducción del titulo en España (el original, The Shallows, viene a ser algo así como Aguas poco profundas). Y
belleza en los planos acuáticos, mucho mas adecuados aunque digitales en algún
que otro aspecto que los de aquel horror que fue Point Break.
Sí que es verdad que Collet-Serra, además de ser hábil, es un buen embaucador. En realidad, Infierno azul no cuenta gran cosa, como por ejemplo no la contaba Enterrado, la propuesta de Rodrigo Cortés para que quien lo pasara mal fuera Ryan Reynolds dentro de un ataúd bajo tierra. Una mujer va a surfear a una playa alejada de toda civilización y se encuentra con un tiburón que le hace la vida imposible. Ya está. Así de fácil, así de sencillo. Tanto, que no hay elemento que coloque en la pantalla que vaya a tener una utilidad a lo largo de la película. Todo está previsto, como si fuera un videojuego de los años 80, para que el personaje utilice cada objeto para resolver el dilema de cada momento crítico. Y eso desemboca en lo que acaba resultando el punto más débil de la película, que su resolución es del todo asombrosa y con un punto de inverosímil, algo que no se corresponde con ese paso previsible que tenía el formidable agobio anterior.
En otras palabras, Collet-Serra nos conduce por vías conocidas en su Monkey Island para acabar ofreciendo un final más propio de Tomb Raider. Pero ese es el videojuego que propone. Esa es la agradable montaña rusa que planifica, con las pequeñas y suficientes muestras de que hay un personaje debajo del bikini y del neopreno de Blake Lively que tan bien explota, aunque al final algo improvisadas como se aprecia en la escena final de la película, que tiene unos diálogos cargados de una moralina artificial. Pero siempre se agradece que Collet-Serra tenga la valentía y la osadía de no hacer Tiburón otra vez. Siempre se encuentra placer en la forma en la que muestra los ataques del animal, buscando algo original. Y, desde luego, es notable el entretenimiento que propone. Contenido en sí mismo y sin más objetivo que el disfrute mediante el sufrimiento del personaje protagonista. Y como Infierno azul eso lo consigue, no hay mucho que reprocharle.
1 comentario:
lo describes tan bien que me has dejado con ganas de verla
abrazo
Publicar un comentario