Eva fue una espléndida carta de presentación para Kike Maíllo. No era una película perfecta, pero sí una tremendamente llamativa, que confirmaba a su director como un espléndido emprendedor de género patrio. Por eso había bastantes expectativas puestas en este su segundo filme, Toro, pero el resultado final queda como una oportunidad fallida para que Maíllo se confirme en una primera línea. No es una mala película, ojo, no es un patinazo sin remedio, pero sí es por desgracia una cinta que deja mucho que desear en algunos aspectos que acaban resultando claves para que sus 103 minutos dejen algo frío y, sobre todo, con algo de perplejidad por la forma en que se han resultado algunas cuestiones que lastran bastante el filme. Toro tiene grandes ideas y podría haber sido un título más que notable, pero se queda en uno simplemente entretenido y con algunos defectos bastante palpables.
El principal hay que buscarlo en el guión. No precisamente por su apuesta por arquetipos y situaciones más o menos previsibles, porque de eso hay abundancia en el cine actual y tampoco es demasiado grave, sino porque hay momentos en los que Rafael Cobos (coautor del mucho más lúcido libreto de La isla mínima) y Fernando Navarro (uno de los nombres detrás de Anacleto, agente secreto) no se parecen haber tomado demasiadas molestias. Hay tantos elementos irreales en el filme (¿un arma de fuego en toda la película, y sobre todo en el clímax, una que además provoca más sorderas que sangre, cuando estamos hablando de una organización criminal supuestamente tan peligrosa?) y tantos comportamientos que no encajan en los personajes (el plano final de la primera secuencia y la misma resolución de la cinta) que siempre se tiene la sensación de que algo falla.
Y es una pena, porque hay un intento sincero de crear un thriller local con elementos muy interesantes. Maíllo le saca mucho partido, por ejemplo, a su reparto, destacando como casi siempre un Luis Tosar fantástico, también un José Sacristán calmado y complejo, e incluso aceptando el papel de Mario Casas como ¿héroe? granítico, pero también a una estética reconocible, que pasa por la llamativa desviación de unos créditos que se inspiran en los de los filmes de James Bond para encontrar una personalidad propia, la misma que Maíllo busca con el aspecto visual del filme. Para ello, no sólo no esconde sus escenarios, sino que presume de ellos. Hay valentía en esa decisión y Toro se beneficia mucho de ella. Pero la película se va derrumbando poco a poco por su inconsistencia y por su irregularidad, no sólo en el apartado cinematográfico sino también en el técnico, con escenas muy logradas y otras que no parecen de la misma cinta.
Maíllo sí demuestra que sabe moverse con cierta soltura, pero firma un segundo filme que está claramente por debajo del primero. No termina de encontrarle el punto perfecto para contar esta historia de venganzas y redenciones fallidas en la que demasiados elementos están por estar (la niña interpretada por Claudia Canal, hija del personaje de Tosar y sobrina del de Casas no tiene en realidad un papel definido) y en la que acaban sucediendo demasiadas cosas completamente inverosímiles que no encajan con los mismos personajes. Muy buenas intenciones, pero una ejecución muy por debajo hacen que Toro sea un filme un tanto extraño, que no termina de sacar todo el jugo de su dramático aunque manido poso ni del más que aceptable planteamiento con el que nace, y que el propio Toro echa por tierra cuando se le quiere convertir en el mayor de los antihéroes, un ángel de la venganza ensangrentado e imbatible, cuando en realidad, viendo lo que implica su comportamiento, es un simple ladrón de lo más torpe y descuidado. Lástima.
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