Cada vez que alguien hace una película sobra la mafia y los bajos fondos, Martin Scorsese se convierte en una referencia ineludible. Todos quieren ser Scorsese en este mundo, algo que es lógico porque él ha manejado como nadie este registro. Scott Cooper, que hace ya seis años dirigiera Corazón salvaje, ha tenido esa referencia tan clara en su cabeza que al final se ha olvidado de dar algo más de personalidad propia a su película, Black Mass, que no encuentra algo característico que saque a esta historia real del tono plano y acomodado que parece tener durante sus poco más de dos horas de duración. Lo que muestra le basta para hacer un filme correcto, que sabe sacar partido a su ambientación, extraordinaria por momentos, pero no para convertirse en el relato memorable de ascensión y caída que quiere ser desde el principio.
El primer obstáculo al que hace frente es su equilibrio. Toda vez que la historia es lineal, a pesar de algunos flashbacks que simplemente anuncian que la historia es la de la caída de un gángster y que no sirven para potenciar a los personajes secundarios, ese equilibrio se ve en el reparto. No es la película de Johnny Depp dando vida a Withey Bulger, criminal del Boston de los años 70 y 80, a pesar del dominio absoluto del actor en el cartel. De hecho, dado que su historia no difiere tanto de la de otros criminales de cine, hay elementos atractivos en otros lugares de filme que, por ese equilibrio que se busca entre su amplio reparto se van quedando en el tintero sin ser demasiado aprovechados. La historia del agente del FBI que se entrega a Bulger, la del hermano del criminal o incluso la del muchacho con el que arranca la película se quedan a medio camino.
Ese problema, que impide que en la película haya momentos memorables que rompan el equilibrio, esos instantes que entren en el terreno de lo antológico que marcan la diferencia entre lo correcto y lo inolvidable, también afecta al reparto. Aceptemos que, como se indica en el cartel, esta sea la mejor interpretación de Johnny Depp en décadas. Tampoco era tan difícil, metido como estaba en una espiral repetitiva y comercial. Pero tampoco está tan memorable, poco ayudado por cierto por una caracterización excesiva, incluso irritante por las lentillas azules que se le proporcionan, y por mucho que haya instantes en los que la referencia a Scorsese, al Ray Liotta de Uno de los nuestros, se haga inevitable. Con la contención de Depp, poco habitual en sus últimos filmes, es Joel Edgerton quien se lleva la exageración, aceptable en la primera mitad del filme pero que después está lejos de lo que la película necesita. Y lo mejor, pese a su escasa presencia, vuelve a ser Benedict Cumberbacht.
Lo cierto es que ahí es donde está el freno del filme, en que casi todo parece demasiado contenido, atrapado en esa corrección de la que quiere sacar partido, de ese ritmo estable y continuo que impide un despegue más ambicioso de la cinta. Cooper rueda con absoluta corrección, y saca partido de la fantástica fotografía que tiene la película, pero la colección de episodios que va reuniendo no terminan de demostrar que estamos ante el gran genio criminal que la película quiere vender. Y sin esa sensación, es difícil colocar a este gángster al lado de los que Scorsese ha capturado a lo largo de su carrera. Black Mass no patina en ningún momento, pero opta por quedarse en terrenos cómodos, en sensaciones conocidas, en hechos que ya han acontecido en otras muchas películas del género. Se ve con agrado, pero son dos horas esperando que suceda algo que no llega a suceder.
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