Como si no fuera un tópico mil y una veces visto, El último cazador de brujas lleva a un personaje de un medievo oscuro y fantástico al presente urbano. Por momentos da la impresión de que la cinta puede ganarse la simpatía de un Warlock, el brujo, pero pronto queda claro que estamos ante un filme pensado para exprimir la taquilla de quien caiga en el engaño. No es cuestión de rasgarse las vestiduras, porque no es tan mala como podría parecer por esta descripción inicial. Es, simplemente, que no había más medios para hacer algo mejor o más espectacular, simplemente se quería atrapar a los convencidos por las fotografías de un Vin Diesel barbudo y bárbaro, espada llameante en mano y a quienes sepan disfrutar de una fantasía poco exigente y cargada de clichés. Pero, claro, es que es una película de Vin Diesel. ¿Cabía esperar más de lo que ofrece? Probablemente no.
Esta suerte de películas suele dejar, no obstante, alguna pincelada que siempre invita a pensar en que el resultado podría haber sido diferente. El último cazador de brujas, de hecho, no arranca nada mal. Su prólogo, oscuro, violento, tenebroso e incluso hasta terrorífico invita a creer que la película puede convencer. Lo habría hecho con más facilidad de haberse mantenido en esa época medieval, porque en realidad no hay demasiados ejemplos de historias fantásticas medievales en este tono que hayan funcionado. Pero opta por lo de siempre, por una elipsis enorme y por llevar la acción al presente. Como hacen casi todas las historias de esta clase, y bebiendo de muchos referentes, empezando por Los inmortales. ¿El problema? Que quien pensar en la película con la foto de Vin Diesel con la espada llameante en la mano comprobará que apenas hay acción en lo que sigue a ese prólogo.
Ese es el talón de aquiles de la película, que opta por una historia que demanda algo más de movimiento y menos diálogo, sobre todo cuando es Vin Diesel quien lo tiene que pronunciar. Tendrá su carisma, por supuesto, pero darle el papel de un guerrero inmortal apesadumbrado por su soledad sobrepasa los límites de lo inverosímil, y, de hecho, arrastra a buena parte del reparto a terrenos completamente inofensivos. Sucede con Rose Leslie y con Elijah Wood. Michael Caine, incluso actuando con los ojos cerrados y sin pensar demasiado en lo que dice o hace su personaje, está a otro nivel. De nuevo cabe pensar en otro filme, el que podría haberse hecho haciendo un hincapié bien interpretado en las sensaciones de este solitario guerrero. Pero El último cazador de brujas tampoco apuesta por esa vía, y cuando lo hace flaquea, porque Breck Eisner (Sáhara) tampoco es un director especialmente dotado para este tipo de historias.
¿Qué funciona en la película? Lo ya conocido, el clásico desarrollo en el que un héroe va encontrando aliados y problemas para evitar que un enorme mal se apodere del mundo, sumado a un diseño de producción apañado, en un mundo con ligeras gotas de ingenio. En otras palabras, el tópico. Y el tópico puede ser muchas cosas pero no un mérito propio. Llega a ser un entretenimiento justito que no naufraga pero que tampoco sobresale por nada, pero sí, es una pena que se gasten recursos de una forma tan poco ambiciosa. Cuando se ubica una historia en Nueva York pero no se ha rodado allí, lo que sucede es que parece que se han multiplicado las escenas de interiores preciosamente porque no había dinero para eso. Y eso, de paso, se lleva también por delante la espectacularidad de la película, que pide a gritos más escenas de acción, más viendo el buen resultado de la primera, y por supuesto un clímax mucho más espectacular.
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