lunes, agosto 08, 2011

'Templario': la violencia como única baza

En los últimos tiempos, la violencia se ha convertido por sí sola en baza para defender una película. La novedad de esos filmes, se dice antes de su estreno, es lo explícito de esa violencia. Mucha y muy gráfica. Son demasiados los filmes que se han vendido así en los últimos años. Y quizá la explicación está en que saben que es lo mejor que pueden ofrecer. La violencia, en todo caso, es un elemento peligroso para el cine. Si se cuenta con un público receptivo, puede funcionar. Pero si el público muestra hartazgo de esta vía para convencer, el producto es cuestión queda como algo plano, vacío, artificial. Eso es lo que le sucede a Templario. Falla en lo esencial, en el ritmo, en el guión, en el montaje. En el cine, en definitiva. Y sólo le queda la violencia para tratar de alcanzar al público. Eso y un reparto con nombres y rostros conocidos (que no especialmente famosos, aquí no hay estrellas de Hollywood) que dan cierto lustre pero que no consiguen rescatar la película del aburrimiento que produce durante sus dos largas horas.

Inglaterra, siglo XIII. Un templario y un grupo muy diverso de personas defienden el castillo de Rochester de los ataques del Rey Juan, que ha decidido recuperar el país en el campo de batalla tras ceder buena parte de sus derechos a los nobles ingleses. La lección de historia se acaba ahí, puesto que lo que cuenta Templario no es más que ese episodio de asedio. Todo lo demás es accesorio y superfluo para el director, el completamente desconocido Jonathan English (que ha dirigido dos películas de, en apariencia, ínfima calidad y que aquí actúa también como guionista), que se juega todas sus bazas en la brutalidad, en la violencia, en las muertes en pantalla, en los combates salvajes y en la sangre. Son constantes las escenas que encajan en ese perfil, lo que al final produce la sensación de que todo es repetitivo. Lo único que cambia es el final de cada escena, pero el desarrollo de cada una de ellas es prácticamente intercambiable con la siguiente o con la anterior. Mal síntoma.

Y es malo porque la historia no da para mucho más. No hay muchos rasgos narrativos que permitan buscar otro apoyo en la película. Es la violencia y nada más. Así se desaprovecha un elenco que, a priori, parece interesante pero que sabe a poco. Paul Giamatti es un gran actor, pero verle tan sobreactuado hace pensar si su momento de gloria pasó sin que, en realidad, se le hiciera entonces la justicia que merecía. Tiene trabajo de aquí en adelante, porque tendrá que demostrar que sigue siendo ese intérprete que tan bien era capaz de retratar al hombre corriente de Entre copas, La joven del agua o Cinderrella Man. Se amoldan mejor a este mundo histórico Brian Cox y Derek Jacobi, que configuran los dos personajes más creíbles y menos bidimensionales de entre todos los que aparecen en pantalla. No acaban de tener un final adecuado, aunque eso no es culpa suya y sí del director, pero son los que más convencen, muy por encima del protagonista, James Purefoy (tan estático en sus gestos faciales como en Solomon Kane), y de Kate Mara.

English ofrece una realización casi televisiva, en el sentido más peyorativo que se le pueda dar a ese término y recordando los tiempos en los que la pequeña pantalla no podía aspirar al realismo que emanaba del cine. Eso lo mezcla con una cámara tan nerviosa como presta a verse salpicada de sangre. Es imposible seguir la acción con un mínimo de nitidez, lo que, unido al elevado grado de salvajismo, coloca al espectador en la duda de si prestar atención o, simplemente, esperar que las escenas acaben para ver su resultado. Por desgracias, tampoco es que eso suponga un gran ejercicio intelectual, porque el guión es previsible en exceso. No hay ningún personaje que se escape al destino que prácticamente cualquier espectador puede intuir para él. No hay ninguna relación entre ellos que escape al más puro cliché, aunque por momentos hay ciertos elementos de interés entre el templario y el escudero o entre el rey y el noble que se enfrentan en este conflicto histórico. La historia de amor, tan inevitable como olvidable.

Templario busca una senda que ya ha seguido muy recientemente el cine de romanos, más con Centurión que con La legión del águila, y que con mucha mejor fortuna emprendieron grandes realizadores como Ridley Scott en Gladiator o Mel Gibson en Braveheart. Esos son los modelos de Templario, pero no hace falta decir que se queda a años luz de sus logros. No es tampoco de mucha ayuda una excesiva duración (120 minutos), que se alcanza gracias al único argumento que quiere explotar la película: escenas de violencia una detrás de otra. Y como sólo en eso está puesto el énfasis, las escenas más pausadas, las que tendrían que aportar interés y emoción a la película, las que podrían elevar la categoría de los instantes más violentos, se quedan en rupturas continuas del ritmo del filme. Pelea, sangre, muerte y mutilación hay mucha. Historia, muy poca. Y actuaciones sólo en algún que otro momento de la película. La violencia es su única baza, y así es difícil enganchar a muchos espectadores.

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