Esto de va de un padre y su hijo de once años que controlan unos robots que boxean. En serio. Y dura nada menos que 127 minutos. En serio también. Y resulta que, contra todo pronóstico, es una película entretenida y divertida. Más en serio todavía lo digo, porque Acero puro es una de esas películas que muchos dejarán pasar. Asumamos que esto tiene pinta de ser la típica peliculita previsible, de esas que destripa el trailer y en la que se mete un actor conocido para tener todo el cartel del filme a mayor gloria de su fama. Lo es, sí. Pero también hay que asumir que, dentro de lo predecible que resultan la mayoría de las cosas, el director Shawn Levy y el actor Hugh Jackman ofrecen un título apreciable y disfrutable, bien hecho, construido en base a fórmulas que funcionan pero en las que se saben mover con habilidad. Y al final resulta que queda una más que apreciable película de boxeo (sí, es una película de boxeo, pero apta para todos) y una bonita historia de cariño familiar y superación personal mucho mejor de lo que parecía que iba a ser.
No sé muy bien qué tiene el boxeo, que me repele como aficionado al deporte pero que me engancha sin medida como cinéfilo. Es extremadamente difícil que una película en la que haya un cuadrilátero no me guste. De hecho, se me ocurren un buen puñado de títulos en los que Acero puro ha buscado inspiración, pero sobre todo pienso en Rocky. En serio también. Son muchas las diferencias entre ambos títulos (¡no podía ser de otra manera, por ambientación, protagonista e historia personal!), pero en el fondo les veo similitudes, sobre todo en la temática de superación personal (muy Disney si se quiere, pero... ¿quién distribuye la película?) y la tan inevitable como esperada y necesaria pelea final. Pero si Rocky tenía como gran virtud en su tramo final la emoción de saber quién iba a ganar el combate, si el campeón o el fracasado, en Acero puro sucede exactamente lo mismo. Y eso, aquí, es una gran virtud. La emoción sincera por saber quién gana ese combate final crece minuto a minuto, escena a escena, plano a plano. Y ese resultado puede ser todo lo discutible que se quiera, que lo es, pero no afea nada de lo anterior.
Lo cierto es que Acero puro cobra valor como lo que es mucho antes de esa escena final. Son muy excesivos los 127 minutos con los que Shawn Levy (director de las dos entregas de Noche en el museo) alarga el espectáculo, sobre todo en la primera mitad de la película, pero desde la primera pelea oficial de ese robot sparring que se acaba haciendo entrañable, ya no hay forma de escapar a la emoción de la película. Por supuesto, podemos poner en duda el mismo punto de partida del filme, que habla de un futuro muy cercano (2020), en el que el boxeo entre humanos ha sido abolido para dar paso al boxeo entre robots. Se supone que es porque así se puede dar rienda suelta a la violencia que quiere ver el público (violencia siempre rebajada cuando no hay sangre de por medio, ya se sabe del puritanismo de Hollywood en este aspecto). Entonces, ¿cómo es posible que se permita la entrada en este circo de un crío de once años? Fallo garrafal, en realidad, de la película, pero sin el que no se podría haber montado la historia familiar.
Charlie (un siempre carismático Hugh Jackman) es un tipo que se encarga de llevar robots a peleas, sean legales o clandestinas, que no pasa por su mejor racha y que va debiendo dinero a todo el mundo, incluso a su novia, Bailey (Evangeline Lilly; correcta), hija del hombre que le entrenó cuando se dedicaba al boxeo profesional. Charlie tiene un hijo, Max (Dakota Goyo; de gran parecido con el Jake Lloyd de La amenaza fantasma, aunque unos años mayor que aquel en ese filme), al que renunció cuando nació y del que no quiere hacerse cargo ahora, pero tendrá que hacerlo, sólo para descubrir que el chaval es un enamorado del boxeo de robots y un auténtico genio de la electrónica. Aunque al principio no se soportan entre sí, ambos irán descubriendo que el boxeo teje entre ellos unos lazos de padre e hijo que no pensaban que existieran. Juntos se atreverán a desafiar con un robot que no estaba pensado para el combate al mismísimo campeón invicto, una máquina que manejan una exótica promotora, Farra Lemkova (una fascinante Olga Fonda que casi parece extraída del mundo de Tron Legacy), y el diseñador Tak Mashido (Karl Yune).
Acero puro es de esas películas que, por muchos motivos, huelen a catástrofe, que parecen una cosa que al final no son y que en realidad son mucho más entretenidas de lo que muchos se atreverán a admitir después de verla. No estamos ante un título revolucionario, evidentemente, pero sí muy correcto. Y quienes habitualmente disfruten con Hugh Jackman (tal es su carisma en pantalla que para mí es casi imposible no hacerlo desde la ya lejana X-Men), tendrán un motivo añadido para degustar este hermoso festín de efectos especiales (en ocasiones es francamente arriesgado adivinar si son efectos digitales o animatrónicos, lo que habla de su calidad) con una bonita historia de fondo, que cae en tópicos manidos (desde la inevitable presencia de una mujer porque sí, sin más necesidad dramática, a algunas situaciones siempre presentes como el momento enfado-reconciliación, o incluso la forma de montar la pelea final que es puro Rocky). Por rocambolesco que le pueda parecer a algunos, Acero puro es una de esas películas en las que el divertimento más que asegurado.
4 comentarios:
Tras capitan America, Juan...esta paso sin verla...se me hace una especie de "El campeon" con John Voight, pero version futurística.
Gallo, sí, es una buena referencia, aunque al no tener toda la carga dramática que tenía aquella a mí me vino a la memoria con más facilidad 'Rocky'. Creo, en todo caso, que es un simpático entretenimiento.
Yo por ver a Hugh... ya sabes que me trago lo que sea! pero si es divertido mejor! ;))
Van, hay que reconocer que Hugh tiene mucho, mucho, mucho carisma, je, je, je...
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