Lo mejor de La deuda está en su reparto y en sus personajes. Una historia narrada en dos tiempos, con un trío protagonista diferente para cada uno de ellos, incorporando por un lado los miedos de la juventud y por otro la tristeza de la madurez. Seis actores, la mayoría muy interesantes, que son los que dan vida a este relato de espías que se mueve con bastantes altibajos. Tiene buenos giros, aunque su final es convencional y, en realidad, bastante absurdo. Está rodada con un carácter demasiado rutinario por el director John Madden (el de Shakespeare enamorado), pero tiene algún que otro instante donde sí hay buenos hallazgos en su montaje y en su narración. Es una película que entretiene y que se beneficia del carisma de sus actores y de sus personajes, que no deja un poso indeleble pero que, sin embargo, mantiene al espectador en tensión durante sus algo menos de dos horas de duración. ¿Suficiente? Quizá podía haber dado más de sí, pero en es una cinta entretenida.
Tenemos a tres agentes del Mossad. Primero les vemos con algo menos de treinta años, cuando recibieron el encargo de secuestrar y llevar a Israel para su posterior juicio a un médico nazi que sirvió en el campo de concentración de Birkenau y, por tanto, colaboró activamente en el holocausto judío. Casi de inmediato, con algo menos de sesenta. Helen Mirren y Jessica Chastain interpretan a Rachel, Tom Wilkinson y Marton Csokas a Stephan y Ciarán Hinds y Sam Worthington a David. El gran mérito de la película está en la hermosa identificación de estas tres parejas de actores. Aunque es mucho mejor el trío maduro (con mucho más tiempo en pantalla para la fantástica Mirren y el siempre sobresaliente Wilkinson), no hay que desedeñar para nada el trabajo de Jessica Chastain (maravillosa su imagen de vulnerabilidad y dureza, es ya una actriz a seguir después de un año en el que ha trabajado con gran acierto en Criadas y señoras y sin un papel acorde a su capacidad en El árbol de la vida). Csokas no está mal y a Worthington, limitado como siempre, al menos se le puede aplaudir el empeño de no encasillarse en papeles de héroe rocoso como los de Avatar o Furia de Titanes.
Junto a ellos, hay otro pilar que marca el devenir de la película a casi todos los niveles: el personaje del doctor Vogel (un Jesper Christensen que genera muchísimo desasosiego, como obliga su papel). Es su aparición lo que marca un antes y un después en la historia. Lo que al principio parece una historia de honor, una misión justa, de repente se transforma en una batalla psicológica apasionante. Ahí están los mejores minutos de la película, ahí y en la relación de estos hechos con el primer flashback del filme (brillante ejecución cinematográfica de esa escena durante la lectura de un libro que hace el personaje de Helen Mirren). Y ahí es donde La deuda sí deja poso para el debate después de la película, ahí es donde cobra una fuerza que no se termina de aprovechar del todo pero que sí alcanza niveles importantes. La historia de espías, más o menos correcta, se convierte en un infierno psicológico. Un infierno derivado de la situación, del carácter dañino del médico nazi y también de las decisiones personales de los tres agentes del Mossad, menos preparados de lo que pensaban para una misión de estas características.
La historia de espías funciona, el reto mental mucho más, la estructura en dos momentos temporales está montada con ingenio... pero la película llega a su final y se pierde. El clímax no está a la altura, contiene demasiadas lagunas y ni siquiera es coherente con el resto de la película. La deuda podría haber acabado de muchas formas pero seguramente ha optado por la peor de todas. Por eso, la sensación que deja el filme al acabar es de decepción, pero eso no impide que tenga grandes momentos. Los mejores son los enfrentamientos de toda índole que el doctor Vogel mantiene con Rachel y David, cuya bondad, la de ambos, contrasta con la crueldad del nazi e incluso con la ruda determinación de Stephan. También cabe encontrar lo más positivo de la película en la evolución del trío protagonista. Hermosa la tristeza melancólica de Hinds (qué distinto es el tono de su personaje aquí con respecto al que tuvo en una historia de corte similar, la de Munich), fantástica la firmeza de Wilkinson y, como siempre, espectacular la presencia de Helen Mirren.
Y es que, al final, lo que queda de La deuda son las interpretaciones. Porque el tono de la película está muy bien (magníficamente subrayado por la muy buena banda sonora de Thomas Newman), pero son sus personajes lo que marca la diferencia. Puede que la misma historia no hubiera sido creíble sin el casting adecuado. Puede que la trágica ironía que se mueve en torno al destino de los personajes no hubiera tenido el mismo sentido de no haber contado con el buen hacer de este reparto. Pero también puede que esta historia, en manos de otro director más hábil, hubiera dejado una sensación mucho más satisfactoria. El nivel que exhiben sobre todo Jessica Chastain y Helen Mirren merecía algo más que una entretenida historia de espías. Que tampoco es poco, pero que pudo ser más.
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