Es la vez muy fácil y muy complicado acercarse a una historia real de trasfondo deportivo. Es fácil porque tiene una serie de clichés muy aceptados, que funcionan siempre por muy repetitivos que puedan parecer. Es difícil precisamente por lo mismo. ¿Cómo hacer una película que parezca diferente a lo que ya se ha visto hasta entonces? Secretariat se mueve en ese delicado equilibrio, con dos inconvenientes añadidos. El primero, que su temática, las carreras de caballos, no es demasiado popular en demasiados lugares. La segunda, que hace sólo siete años ya hubo una película notable y popular (nominada incluso a los Oscars) sobre este tema, Seabiscuit. A pesar de todo, Secretariat sale triunfante como historia de superación con el deporte como telón de fondo por dos motivos, porque en ocasiones consigue abordar de una manera original un tema manido y por Diane Lane.
Secretariat narra una historia real, con lo que si alguien tiene algún afán por saber cómo termina la epopeya de este caballo (rebautizado así para competir pero de nombre real Big Red) y de su dueña, Penny Chennery, no hay más que navegar un poco por Internet. La película comienza siendo una historia de superación personal y de afirmación de la personalidad de una mujer en los años 60 y 70 (cómo le gusta al cine americano introducir pinceladas que meten de lleno al espectador en esas épocas, en este caso a través del rol de la mujer en el núcleo familiar en aquellos años y, sobre todo, por la ideología hippie de una de sus hijas) y se acaba transformando en una película tan deportiva como humana. La idea es ver cómo la mujer intenta demostrar que es capaz de realizar metas a las que renunció por cuidar de su familia y, al mismo tiempo, que el caballo luche por ganar la triple corona, algo que ningún otro animal ha hecho en los últimos 25 años.
Esa es justo la primera pretensión arriesgada de Secretariat, convertir al caballo en un personaje, y en uno importante, y no dejarlo como una simple parte del escenario. Durante las carreras vemos en ocasiones el punto de vista del animal y no del jinete. Hay incluso un sorprendente juego de miradas antes de comenzar una carrera entre los dos caballos que compiten por la victoria, como si fueran los dos pistoleros de un western, y más de un primerísimo plano al ojo del caballo protagonista. Se busca, y se consigue, dar una personalidad al caballo. La segunda pretensión arriesgada es la de cambiar la óptica tradicional para una película de este estulo. No es frecuente una mirada original a un evento deportivo, y dos de las tres grandes carreras que tiene la película ofrecen ese punto de vista distinto y ese enfoque atrevido.
La segunda de ellas, por realzarse a través del otro gran pilar de la carrera, el personal y familiar de la protagonista femenina. La tercera y última, por una resolución atípica (tanto en su narración como en su música, eso sí bastante convenional a lo largo de todo el filme). Cierto es que se trata de una historia real y que no daba mucho margen al dramatismo y a la emoción habituales del cine deportivo, pero la originalidad le corresponde también como mérito a la película dirigida por Randal Wallace, responsable de sólo dos películas más en doce años de carrera, El hombre de la máscara de hierro y Cuando éramos soldados. Wallace no logra la conexión emocional que exigen las carreras con su público y a veces parecen cortes de películas diferentes, pero sí consigue el climax que busca en la primera carrera, momento álgido de Secretariat sin ninguna duda.
Diane Lane, decía, es otra de las grandes bazas de esta película. Tiene 45 años y es un ejemplo espléndido de que todavía hay papeles en Hollywood para actrices de esa edad. Se mueve como pez en el agua en el personaje que le pongan por delante y hace suyas las películas que interpreta sin necesidad de forjar su fama en un desnudo, un posado o un romance con cualquier actor o director que se le presente en su camino. Su presencia y su elegancia en pantalla son maravillosas y ejemplares. Sabe llorar y sabe reír. Sabe conmover con sus lágrimas en los momentos más duros para su personaje y, al mismo tiempo, sabe emocionar con su sonrisa, sus miradas, sus gestos y sus palabras. Es una actriz maravillosa que no cuenta con todo el reconocimiento que merece. Y es un pilar esencial de Secretariat.
Lane encabeza un buen reparto con un puñado de nombres conocidos. Si bien la presencia de Scott Glenn sabe a muy poco, en un papel que él parece limitar más todavía que el guión, siempre es estimulante ver en la gran pantalla a actores como John Malkovich (aunque su personaje es un cliché en sí mismo y él tampoco parece tomárselo demasiado en serio, salvo en dos o tres escenas en las que sí demuestra que es un gran actor; ojo al momento en el que quema los recortes de periódico sobre sus derrotas) o James Cromwell, junto a un más que eficaz grupo de secundarios que da empaque al producto final. Casi tanto como la preciosista factura del filme, y es que Hollywood domina a la perfección el viaje en el tiempo que supone ubicar una de sus películas en décadas pasadas del siglo XX.
Es Secretariat una película notable que cumple con su objetivo, emocionar y entretener, aunque no siempre por los caminos que uno pudiera esperar. Quizá la mejora hubiera podido venir de un uso más claro de las elipsis temporales o del montaje en algunas partes de la película, pero es un producto típicamente bonito (típicamente Disney, si se quiere, que para eso es la productora del filme), muy convincente y muy agradable. Merece la pena.
2 comentarios:
Adoro a Diane Lane. Veré la película:)
Por cierto: brutal La Red Social :)
Muchos besos!!
María, ya somos dos aficionados de Diane Lane. Y sí, brutal, ya lo creo que sí.
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