A pesar de que Redención llegue a España con casi dos años de retraso con respecto a su estreno americano o de que sea uno de los últimos trabajos de James Horner antes de su muerte accidental, la mejor razón para ver la película de Antoine Fuqua, que no es la última ya que aquí hemos visto ya la que hizo después, su remake de Los siete magníficos, es la interpretación de Jake Gyllenhaal. Viendo la carrera del actor, siempre buscando retos, casi pareced un paso lógico que se haya decidido a dar vida a un boxeador, algo que aúna sus dotes nada contradictorias para la contención y para la intensidad. Su retrato de Billy Hope, un boxeador al que conocemos en la cima, al que vemos descender a los infiernos y al que seguimos en su camino por recuperar lo que es suyo, es muy atractivo, complejo y sugerente. Es, con diferencia lo mejor que tiene que ofrecer una película que acepta los tópicos y no combate contra ellos.
Fuqua, de hecho, adopta el camino fácil. Funciona, porque el boxeo sigue siendo el deporte que mejor luce en la gran pantalla, incluso aunque los potenciales espectadores jamás hayan mostrado interés alguno por ver un combate en la vida real, pero eso no impide que sea fácil, porque maneja todos los tópicos posibles que ya hemos visto en muchas películas de esta naturaleza, y que hace que su devenir sea algo previsible. Eso lo compensan Gyllenhaal, un Forest Withaker espléndido cuando encuentra un personaje a su altura y no se deja llevar como le sucedió en Rogue One, una magnífica Rachel McAdams que aporta como siempre una naturalidad impresionante o una bastante interesante Oona Laurence, que dando vida a la hija del boxeador protagonista se suma con bastante facilidad al drama que busca la historia.
Queda claro, con lo dicho, que el principal valor de Redención está en sus intérpretes, que son los que consigue que la película sea algo más de lo que luce en el guion o con la realización de Fuqua. Y no porque haya grandes fallos en la cinta, que en realidad no los hay, pero porque se echa en falta algo de riesgo. Porque en las dos horas que dura la cinta vemos lo mismo de siempre. Con la misma eficacia de siempre, pero buscando las mismas emociones de siempre, con personajes arquetípicos, desde el propio protagonista hasta su entrenador y sus normas, pasando por supuesto por el rival que lo es a nivel personal o el promotor que quiere sacar tajada de un drama personal. Todo suena a visto. Y sí, se acepta. Pero resulta curioso que Fuqua, que triunfó sacando de la zona de confort a personajes arquetípicos en Training Day ahora se conforme con menos y, en realidad, desaproveche un espléndido trabajo actoral para que su cinta sea algo más que un tópico bien hecho.
El caso es que, aún así, Redención se deja ver bastante bien, porque la temática es siempre atractiva, tanto por el lado de los combates, bien rodados por Fuqua para que la personalidad de su boxeador protagonista se manifieste dentro del ring, como por la faceta más humana, que es la que construyen con facilidad los actores. Gyllenhaal a la cabeza, ahí es donde el disfrute de Redención se multiplica. Lo malo es que no hay sorpresas, ni siquiera en el pretendidamente emocionante final de la película, por supuesto un combate final entre el héroe redimido y un villano que en realidad no lo es tanto y al que se le da ese papel de una manera bastante artificial. Al menos la cinta mantiene más que vigente la tradición del boxeo como deporte por excelencia del cine, y queda como una de esas curiosidades a rescatar por el amplio retraso con el que llega a España, casi dos años con respecto a su estreno americano.
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