viernes, noviembre 21, 2014

'Los juegos del hambre. Sinsajo, parte 1', una superficial transición para convencidos

Cada vez es más evidente que Los juegos del hambre es una saga para convencidos. Por eso, los que formen parte de ese grupo no estarán nada de acuerdo con las siguientes líneas. El problema, en realidad, es de base. La primera parte de Sinsajo, como ya sucedió con las dos entregas anteriores de la saga, deja la inevitable sensación de que no está pasando gran cosa, de que todo son preparativos para la historia de verdad. Ese es un mal que desde hace tiempo aqueja al cine, sobre todo a la fantasía de corte más juvenil. Hoy Los Goonies, Dentro del laberinto, Gremlins o cualquier otra película que hizo de los 80 la mejor década para este tipo de fantasía y ciencia ficción serían trilogías ya desde su primer borrador. Antes había una capacidad de síntesis sublime, y por eso aquellas son pequeños clásicos y las de hoy son modas. Sinsajo, parte 1 es una transición, como lo era En llamas, todavía la mejor película de la saga. Y aunque incide en la política y en la propaganda, su análisis es superficial por voluntad propia.

Eso, en todo caso, ya no asombra. ¿Es la primera parte de Sinsajo una mala película? En realidad no, pero tampoco hay nada que indique es una buena película. Francis Lawrence rueda con cierto oficio, sigue con relativa facilidad los acontecimientos que rodean la vida de Katniss Everdeen. Pero roza lo innecesario en demasiados momentos. Es un mal que aqueja buena parte de las sagas modernas, por no decir a todas, pero ya no hay una identidad entre los diferentes episodios de las sagas. Si no has visto lo anterior, estás perdido. Es una continuidad lineal en la que no se buscan nuevos espectadores, sino fans convencidos. Y por eso el episodio final está dividido en dos, porque se sabe que todos pasarán por taquilla, reafirmados en que están viviendo su propia aventura como fans. Totalmente lícito, pero cinematográficamente más pobre que lo que solía hacerse hace no tantos años, cuando se hacían adaptaciones de las novelas y no fotocopias en las que todos los personajes tengan que salir y ser presentados, aunque narrativamente la película no lo necesite.

Francis Lawrence, que consigue en esta ocasión unas actuaciones más contenidas y adecuadas de casi todo su reparto (se nota en este sentido que se ha perdido el exceso visual de las anteriores entregas en beneficio de una estética de guerra que es más interesante, y actores como Woody Harrelson, Elizabeth Banks o Stanley Tucci lo agradecen), apuesta por un tono más dialogado, más político, más analítico, en el que Katniss sea un personaje más maleable desde el punto de vista de todas las facciones en disputa. Pero no profundiza, o al menos no tanto como debiera. Se habla del poder de la propaganda, pero en realidad la película no pasa de arañar la superficie. Lo intenta durante muchos minutos, hasta el punto de que apenas hay secuencias de acción y estas tienen la presentación de una película de serie B, cosa que Los juegos del hambre no es. No hay combates ni grandes explosiones, sino que hay escaramuzas y escombros. ¿Una guerra? Apenas se ve. Y la película pide a gritos siquiera uno o dos planos espectaculares que nunca llegan.

La primera parte de Sinsajo es así una transición más, lo que recuerda al efecto que generaba la saga de Harry Potter, eternamente esperando el enfrentamiento del niño mago y Voldemort, hasta que llegó nada menos que en la octava película. En Los juegos del hambre no habrá que esperar tanto, afortunadamente, pero sorprende que pasen tan pocas cosas de carácter trascendente en este su tercer episodio. Las escenas vitales se pueden contar con los dedos de una mano. A la hora de película da la impresión de que la historia por fin despega, pero no es más que un espejismo. Pasan las dos horas y se podría decir que estamos en el mismo punto que al principio, si no fuera por el necesario final abierto (cosa que ya estaba en En llamas sin necesidad de dividir un episodio en dos), derivado de la mejor escena de la película, la única que, incluso anunciada con poca sutileza, sorprende y se sale del camino más previsible. Y, como suele suceder, lo más normal es que la última película sea la mejor. ¿Pero hacía falta todo esto para llegar ahí?

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