lunes, julio 14, 2014

'La cueva', mérito técnico, irrealidad en lo demás

Hay dos formas de analizar la propuesta de La cueva, la segunda película de Alfredo Montero. Por un lado, hay que destacar el enorme mérito técnico que tiene la forma en que rueda la historia de cinco jóvenes que se pierden en el interior de una cueva de Formentera. Pero por otro destaca la irrealidad que se apodera de todo lo demás. De los cinco protagonistas (interpretados por Marcos Ortiz, Marta Castellote, Jorge Páez, Eva García y Xoel Fernández), de cómo se van desarrollando los personajes, del abrupto cambio de registro que sufre el filme, de los diálogos de los personajes (alguno llega a provocar carcajada involuntaria) y, especialmente, de esa forma de rodar con cámara en mano y como si fuera una grabación real que de vez en cuando sigue reapareciendo para sufrir los mismos defectos mareantes, previsibles y bastante increíbles que lleva aparejada esta elección, que, no obstante, parece seguir contando con defensores suficientes como para que se sigan haciendo películas de esta manera.

A quien esto suscribe le ponen nervioso las películas rodadas de esta manera, se llamen REC, Monstruoso o El proyecto de la Bruja de Blair. Resulta incomprensible que haya situaciones enmarcadas en el género de terror (aunque aquí arranca más desde una perspectiva angustiosa que de miedo) en las que haya alguien que quiera sostener una videocámara para inmortalizarla, y los intentos de justificarlo suelen saber a poco. En La cueva hay unos cuantos y contribuyen a esa inevitable irrealidad (¿tan difícil era dar un nombre "al blog" al que hace alusión el portador de la cámara?) de la que no se puede separar esta película concreta y que sigue marcando de forma exagerada a una forma de rodar que pretende ser lo contrario, absolutamente real y veraz. Este argumento, no obstante, queda anulado si al espectador le provoca disfrute este estilo. Probablemente no haya medias tintas al respecto, y tenga sólo defensores y detractores, sin término medio, pero la advertencia es necesaria.

De una forma o de otra, guste o no esta opción visual, es importante recalcar el mérito técnico que hay en la película. Montero hace creíble el escenario de la película, consigue una sensación de claustrofobia interesante en algunas escenas y sólo queda la duda de cómo habría afrontado la acción convirtiendo la cámara en espectador y no en parte de la historia. Pero de nuevo la irrealidad choca frontalmente con los aciertos de la película. El escenario convence, quienes lo ocupan no. No se trata de evaluar con dureza el trabajo de los actores, que en realidad consiguen momentos de extraordinario realismo de una forma homogénea, pero sí de la forma en que sus personajes llegan a la pantalla. No hay historia de fondo (aunque se intente forjar en el arranque de la película, en realidad algo prescindible y que deja momentos tan chocantes e injustificables como un excesivo plano de un trasero que no viene a cuento), no termina de justificarse el giro radical de la historia (ni por el momento, ni por la forma) y no se siente ese verismo deseado en la forma de hablar de todos ellos, demasiado limpia incluso en los momentos más tensos.

Incluso el final de la cinta resulta algo precipitado, demasiado anclado en la casualidad o en una necesidad dramática de cerrar la historia de una manera muy concreta, que no procede desvelar para no arruinar el último tercio del filme. En realidad, la propuesta es más meritoria por la creación de un ambiente especial, algo que parece difícil no destacar, que por la historia que hay detrás, centrada en una vivencia de cinco jóvenes que parten de una irresponsabilidad absoluta (adentrarse en una cueva sin equipo y sin conocimientos) para meterse en el mayor problema de sus vidas. Pero sin apagar nunca la cámara, por supuesto. Es ahí, desde el mismo principio de la película, donde el angustioso realismo que tan bien le habría sentado, puede acabar roto para muchos espectadores. Si se entra en el juego sin reservas, probablemente se disfrute de La cueva como un angustioso ejercicio de supervivencia, incluso aceptando algún que otro cliché que Montero explota para dar forma a su película. Si no se aceptan las normas de la propuesta, el resultado no puede ser bueno.

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