Rodar con niños figura como una de las tareas más complejas de todo director de cine. Convertir a una cría en protagonista casi exclusiva de un filme roza ya la proeza. Y que esa niña sea capaz de encantar al público, por encima incluso de las virtudes de la película en cuestión, es algo digno de aplauso. Eso es lo que hace Léora Barbara en Stella, una agradable película que llega a los cines españoles con tres años de retraso. Su historia es sencilla, es la vida de una chiquilla de once años a lo largo de todo un curso, el de 1977, el primero que pasa en un colegio de París. Es una niña con una vida atípica, una persona curiosa, también retraída, pero con muchas ganas de ser feliz. ¿Un drama? No del todo. ¿Una comedia? No, aunque arranca sonrisas. En realidad da igual a qué género queramos adscribir la película. El caso es que funciona. Quizá más por la protagonista que por la propia película en sí misma, pero funciona.
Stella es una cría de once. Sus padres, infelices en su matrimonio aunque intenten disimularlo, regentan un bar. Es allí donde la niña tiene su auténtica escuela, donde ha aprendido casi todo lo que sabe en la vida. Los libros no son lo suyo, a pesar de tener una mente despierta y muy capaz. En su primer año en un colegio de París, se encontrará con el reto de no repetir curso. Un reto en el que contará con el apoyo de su mejor amiga, en realidad su única amiga en dicho colegio, Gladyss (una también magnífica Mélissa Rodrigues). Léora Barbara, en su primer papel cinematográfico, cuenta con un buen personaje, pero lo hace crecer con su mirada entristecida y curiosa. Entiende qué es lo que está viviendo exactamente su personaje y lo transmite con una facilidad asombrosa. Algunos de los actores infantiles de la película rozan el estereotipo y se ciñen a él simplemente con profesionalidad (la chica mona, la niña pija, el chico guapo del que enamorarse), pero Barbara le da mucha profundidad a Stella. Casi se puede intuir su pasado, casi se pueden leer sus pensamientos.
Sylvie Verheyde escribe y dirige esta película de 2008, premiada en diversos festivales, basándose en su propia experiencia vital. Ese íntimo conocimiento de la historia hace que la película sea tan sincera como directa. Es la propia Stella la narradora, con una acertada y nada pesada voz en off, que guía y añade información. Es lo suyo, pero el cine cae con mucha facilidad en la voz en off redundante, por lo que hay que saber apreciarlo cuando nos encontramos con una que merece la pena. Cámara en mano, Verheyde acierta más como guionista que como directora. Es una moda demasiado molesta la de no controlar el movimiento de lo que ve el espectador, y resulta un estorbo aún mayor cuando se quiere asociar esta forma rodar a un cine independiente o incluso europeo. No termina de encajar esta elección en todas las escenas en las que Verheyde apuesta por ello, y, además, es difícil entender la inclusión de algunos planos. Nada que saque de la historia, pero sí algo a revisar, porque eso es lo que hace que esta película no sea mejor de lo que es.
Quizá lo peor, en ese sentido, sea el efectista comienzo de la película, que anuncia una historia que nunca llega a contarse y que, además, tiene menos interés que la que sí vemos en la pantalla. Fascina, por poco habitual, ver los problemas de una niña de once años que busca adaptarse a su vida, que quiere saber lo que es la felicidad, que sueña con un futuro distinto al presente que tienen sus padres. Es una historia, sin duda, muy europea. Y, dentro del cine del Viejo Continente, muy francesa. Pero es también un magnífico ejercicio de nostalgia que todo el mundo puede apreciar, incluso el espectador poco habituado al cine francés, con un cuidado y logrado retrato de la sociedad de finales de los años 70, plasmado gracias a un magnífico diseño de producción y un buen repertorio musical. El magnífico envoltorio que se ofrece a Léora Barbara se completa con un muy acertado casting. Destacan Karole Rocher (la madre de Stella) y el cantautor Benjamin Biolay (su padre), aunque otros personajes quedan bastante más desaprovechados, como el del fallecido Guillaume Depardieu, que amaga con ser parte importante del rompecabezas que es la vida de Stella y se queda en un simple figurante.
Stella es una película encantadora. Lo es por su actriz protagonista, que disfruta de un muy buen personaje al que aporta detalles que seguramente otras crías no habrían sabido incorporar. El filme funciona como relato de infancia, como película iniciática (que no rehuye temas como el sexo o el primer amor) y como drama social. Sus puntos débiles pueden estar en la puesta en escena escogida en algunas escenas por su directora, pero, en cambio, Verheyde maneja perfectamente las necesarias elipsis para contar con cohesión y eficacia una historia que se prolonga durante nueve meses. Entretiene. Divierte. Conmueve. Hace pensar en cómo son las vidas que ninguno de nosotros hemos vivido. La de esta niña es especial, tanto como lo es su actriz protagonista.
1 comentario:
Cris, la verdad es que sí, es la clásica película que no demasiada gente ve en el cine, pero engancha. Eso es lo bueno, que la lista de películas es siempre, siempre, siempre interminable...
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