martes, septiembre 20, 2011

'Midnight in Paris' o cómo reafirmar lo que cada uno piensa de Woody Allen

Woody Allen es, normalmente, un director fácil de evaluar. La gente que le adora, le sigue adorando película tras película. La gente que no le soporta, le soporta menos tras cada filme que estrena. Es fácil, sí. Midnight in Paris (¿por qué demonios no se ha traducido el título en España?) confirma esa premisa. Adorada por los aficionados de Woody Allen, fácilmente desechable para quienes no lo son. Yo me sitúo mucho más cerca de los segundos que de los primeros, aunque sí he visto genialidad en algunos (pocos) filmes de Woody Allen. No en los últimos, no desde que sorprendiera con Match Point, porque desde entonces se limita a hacer refritos de sí mismo. Puede cambiar el envoltorio, como hace aquí, pero en el fondo el director y guionista sigue planteando las mismas películas una y otra vez, incidiendo en errores pasados que ya se han convertido en marcas personales de su cine y que normalmente tendrían que impedir que nuevos públicos se acercaran a su obra. Pero como esto del séptimo arte es como es, Midnight in Paris es su mejor película en taquilla de Woody Allen.

Y es que Woody Allen casi siempre tiene la capacidad de distraerme al inicio de sus películas. Normalmente lo hace con esos aburrídisimos y viejos (en el peor sentido de la palabra) títulos de crédito con letras blancas y fondo negro mientras suena una de sus canciones habituales (aunque eso es algo que gusta a sus seguidores, quizá como el comienzo de la conversación con un viejo amigo). Esta vez lo hace por un motivo diferente, y es que inicia Midnight in Paris con una serie de postales de la capital francesas. Es como si quisiera condensar en poco más de tres minutos, con el repaso de los rincones más emblemáticos de París, la sensación de guía turística que dejó en toda Vicky Cristina Barcelona (todavía me asombra que se estrenara una película con un título tan poco afortunado e ininteligible). Con ese prólogo, absolutamente desconectado de la película, y previo a a esos títulos de crédito de siempre (esta vez sin música y con diálogo de fondo), Woody Allen aleja de la historia que va a contar. Historia que se mueve en parámetros muy similares a los de muchas de sus películas y que, por supuesto, cuenta con un nuevo remedo de Woody Allen como protagonista: Owen Wilson.

Hace muchos años que alguien tendría que haberle dicho al director que no es necesario que protagonice sus propias películas, sea con su propio rostro o pidiéndole a otro actor que haga sus mismas muecas y gestos (como lo hizo con Kenneth Branagh en Celebrity). Owen Wilson se queda en eso. Es un Woody Allen más joven, más alto, más rubio, pero es un Woody Allen. Otro más. ¿Hacía falta? Probablemente no, como no hacía falta en otras tantas películas anteriores, pero es un exceso del neoyoquino que ya hay que considerar como inevitable en su cine. La relación de pareja entre Gil e Inez (una como casi siempre espléndida Rachel McAdams, a la que no importa tener que enamorar a la cámara como hacía en Más allá del tiempo o cabrearla como aquí) es también muy habitual en el cine de Woody Allen, con lo que por ahí tampoco se encontrará elemento de sorpresa alguno. La novedad de Midnight in Paris, además del escenario (una parada más en el itinerario europeo que ya le llevó a Londres y Barcelona), está en el envoltorio cultural de la película.

Gil es un guionista de Hollywood que aspira a ser escritor. Tiene una novela escrita, pero no termina de ver claro que sea lo que realmente quiere escribir y no sabe cómo mejorarlo, ya que no confía en nadie para leerla y le diga qué puede mejorar. Gil es, además, un enamorado del París de los años 20, pasión que no es capaz de contagiar a su prometida, una mujer poco pasional que vive en un mundo más pragmático. Y aquí es donde Woody Allen introduce la novedad, aunque en cierto modo ofrezca un sabor parecido a La rosa púrpura del Cairo: a medianoche, Gil salta de su mundo real al mundo en el que desea estar (como Mia Farrow y su universo soñado de celuloide) se transporta a la noche parisina de los años 20 y conoce a todos los intelectuales de la época, desde Ernest Hemingway a Cole Porter, pasando por Pablo Ruiz Picasso, Salvador Dalí, F. Scott Fitzgerald, T.S. Eliot o Luis Buñuel. La mayoría de ellos ofrecen simples cameos, sin tiempo para desarrollar un personaje (el filme dura poco más de 90 minutos), como el de una insulsa Carla Bruni. Entre los actores conocidos en esos papeles está un sobreactuado y caricaturesco Adrien Brody como Dalí.

Referencias culturales tiene muchas la película, y quizá sea eso lo que dé a la película cierto encanto y un aire mínimamente diferente al último cine de Woody Allen. Pero hay poco más. La excusa argumental que lleva a Gil al París de aquella época es sólo eso, una excusa que ni siquiera se termina de desarrollar. El personaje de Owen Wilson es escritor como podría haber sido cocinero. Lo único realmente destacable y divertido es la confrontación con el personaje del siempre espléndido y nunca del todo reconocido Michael Sheen, pero queda como una simple nota a pie de página que Woody Allen no termina de aprovechar nunca (ni siquiera en la discusión final con Inez). Lo cierto es que deja el mismo sabor de película inacabada que Woody Allen ha ofrecido en los últimos años, aunque el epílogo no está del todo mal buscando completar la historia. Para mí, una más de Woody Allen, que no destaca ni por arriba ni por abajo, que reafirma los pensamientos que cada uno lleva sobre el director antes de ver la película. A mí, Woody Allen me sigue dando mucha pereza (de ahí el retraso en esta crítica con respecto al estreno de la película), no me entretiene demasiado y no me sorprende en absoluto.

3 comentarios:

VAN dijo...

Ya sabes que a mí Woody me gusta (y eso que hace años no le podía soportar!), aunque reconozco que o le amas, o le detestas... tendré que verla para opinar, pero al menos parece algo original! :))

Jo Grass dijo...

Juan, por fin me puedo conectar, y no sabes cuánto te he echado de menos. Esta peli la vi hace tiempo. A mí me gustan las viejas, de las nuevas todas me parecen versiones de lo mismo, aunque a eso no le quito el mérito. De Midnigt in Paris me horripiló ver cómo Owen Wilson imitaba al propio Allen, especialmente en la primera parte de la película. Por fortuna, después se le olvida un poco, por lo menos en la VO. Si se trataba de un peli de encargo para promocionar Paris ( como fue la de Vicky, BCN) tuve la impresión de que había buscado los encuadres más feos del mundo y los peores emplazamientos para la cámara. ¿Acaso está de moda? En Paris,da igual hacia donde dirijas la mirada porque todo es bello, pero en esta película se esforzaron en afearla.
En fin, me gustaron las referencias artísticas y algunos fragmentos entretenidos, pero todo me sonaba a dèja vu!
Requetebesos
Lástima!

Juan Rodríguez Millán dijo...

Van, bueno, ya sabes que esto va en gustos personales... Ya me dirás qué te parece...

Cris, vaya con tu ordenador, qué pena... A mí no me gusta que no se traduzcan los títulos que son tan fácilmente traducibles como éste, pero es verdad que hay cada traducción como para echarse a temblar...La piel que habito no la he visto y la verdad es que de momento no creo que lo haga (Almodóvar es una de mis fobias). El árbol de la vida está en tareas pendientes, a ver si la semana que viene puedo verla y escribir sobre ella.

Jo, ¡qué alegría volver a leerte! Pues tienes razón en lo que dices, las elecciones sobre París on bastante malillas, y Woody se repite demasiado. Sí que es verdad que Owen Wilson se va moderando según pasa la película, pero sigue siendo un remedo del director...